Comentario sobre Apocalipsis: análisis de las profecías y visiones. Por Homero S. de Álamo

Comentario completo sobre Colosenses

Historia de la Era Cristiana. Muchos documentos en esta Web.

Comentario sobre Hechos por J. W. McGarvey. Boceto del Contenido completo.

 

Hechos de Apóstoles. Por Lucas, médico amado. PDFs del Comentario completo por J. W. McGarvey. 290 páginas de texto y gráficas, tamaño carta.

 

Hechos de apóstoles

Por Lucas, el médico amado

 

En esta gráfica se ven a algunos de los apóstoles con lenguas repartidas de fuergo encima de sus cabezas, ilustración para el comentario sobre Hechos 2, por McGarvery, en editoriallapaz.org.

Comentario por J. W. McGarvey, M. A.

Predicador y escritor de la Iglesia de Cristo

Adaptación del Prof. E. J. Westrup

Sección II

La iglesia se establece en Jerusalén

Hechos 2:1-47

PDF de este estudio

A. Los apóstoles son llenos del Espíritu Santo

Hechos 2:1-4

     Versículos 1-4. Entra ahora el autor al cuerpo principal de su obra, describiendo el advenimiento prometido del Espíritu Santo: (1) Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos; (2) y de repente vino un estruendo del cielo como de viento recio que corría, el cual hinchó toda la casa donde estaban sentados; (3) y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego, que se sentó sobre cada uno de ellos. (4) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen”.

     El día de Pentecostés era el quincuagésimo después del sábado de la semana de Pascua; como la cuenta comenzaba "el siguiente día del sábado", terminaba en el mismo día de la semana, nuestro domingo, siete semanas más tarde (Levítico 23:15, 16; Éxodo 34:22; Deuteronomio 16:9-10). Por las siete semanas que intervenían, el Antiguo Testamento la llama "la fiesta de las semanas"; por la cosecha del trigo que se hacía en ese intervalo, se le llama "la fiesta de la siega" (Éxodo 23:16); y por la ofrenda peculiar en ella es "día de las primicias" (Números 28:26). Pero al generalizarse el idioma griego en Palestina como consecuencia de las conquistas de Alejandro, obtuvo el nombre griego Pentecostés (quincuagésimo). Según el ritual mosaico, se celebraba con un servicio de ofrendas de primicias de la cosecha de trigo en la forma de tortas de pan (Levítico 23:15-21). Era una de las tres fiestas anuales en las que se exigía que todo varón judío estuviera presente. En una de estas fiestas, la Pascua, tuvo lugar el juicio que condenó al Señor a muerte, y a la siguiente, Pentecostés, muy apropiadamente se escogió para la ocasión en que se vindicase y Su reino en la tierra se inaugurase. Hasta el día fue apropiado, siendo el primero de la semana, cuando resucitó.

     De entre la asamblea que se hallaba allí reunida, los que fueron llenos del Espíritu Santo no fueron, como muchos han supuesto, los 120 discípulos que en un paréntesis se mencionan en el capítulo anterior, sino solo los doce apóstoles. Se verifica este hecho aten­diendo a la conexión gramatical entre el último versículo del capítulo anterior y el primero del actual. Leyéndolos juntos se ve: "les echaron suertes, y cayó la suerte sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles. Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban todos unánimemente juntos". Crisóstomo fue el primer comentarista que adoptó la suposición de que el bautismo del Espíritu Santo habla sido para todos los discípulos, y los modernos hasta incluyen a cuanto discípulo hubiera venido a la fiesta. Llegan a fundar sus ideas en una interpretación demasiado literal de la profecía de Joel que Pedro citó (Versículos 16-21, Compare Joel 2:28-32). Pero si nos fijamos bien, no se cumplió literalmente tal profecía, pues nadie habla que estuviese viendo visiones ni soñando sueños, como dice el profeta. Su cumplimiento se extendió buen lapso de tiempo.

     La casa en que los apóstoles estaban reunidos cuando el Espíritu vino no era la del aposento alto donde moraban. Debe haber sido algún departamento del templo, pues Lucas mismo nos dice en el tratado anterior que durante estos días de espera "estaban siempre en el templo alabando y bendiciendo a Dios"; esto es, siempre en las horas en que el templo estaba abierto. El aposento era donde se alojaban.

     Las "lenguas repartidas (hendidas) como de fuego" que se vieron sobre las cabezas de los apóstoles fueron símbolo de las que se oyeron al comenzar ellos a hablar inmediatamente; y mucho contribuyeron al esplendor de la escena, con todo lo cual mucho fijó la atención de la muchedumbre que se congregaba. Lo de "les aparecieron" no excluye como testigos de esto a los que luego fueron atraídos al lugar, pero, si, indica el hecho de que cuando primero se dejó ver aquel fenómeno, los apóstoles estaban solos.

     Cuando los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar como el Espíritu les daba que hablasen, se cumplió la promesa de un bautismo en el Espíritu Santo y la del poder de lo alto. El poder ejerció su efecto en sus mentes, y su presencia se manifestó en lo exterior en que hablaban en lenguas que nunca hablan aprendido. Estas lenguas eran las de las naciones que Lucas enumera abajo. Otra explicación o aplicación del texto es forzada e inadaptable. El milagro interno y mental se demostraba con lo externo y físico. La promesa: "No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros", se cumplía en su sentido más literal; pues las palabras mismas que ellos pronunciaban las proporcionaba el Espíritu sin mediación. No tenían que pensar de cómo o qué dijeran, ni lo premeditaban. Literalmente se les daba en esa hora lo que habrían de hablar. Poder tal jamás se había conferido a hombres. Era el bautismo en el Espíritu Santo; no de sus cuerpos como el que de Juan recibieran en agua, sino de sus espíritus. No era un bautismo literal, pues tal acto no se podía afirmar de la conexión entre un espíritu y otro; pero la palabra bautismo se usa como metáfora. Como el cuerpo al bautizarse en agua se hunde bajo su superficie y se inunda por completo, así sus espíritus quedaron bajo el completo control del Santo Espíritu, y hasta las palabras eran de El, no de ellos. Se justifica la metáfora por el poder absoluto que el Espíritu divino ejercía en los suyos. Tal no es el caso con las influencias ordinarias del Espíritu, porque éstas no se llaman bautismo del Espíritu.

B. Efecto en la multitud. Hechos 2:5-13.

     Versículos 5 - 13. Si se trata de concebir algún método por el que la inspiración milagrosa de un grupo de hombres se pudiera demostrar sin mediación a un auditorio, indudablemente no podríamos pensar en otro alguno que el que se empleó en esta ocasión —el de hablar de modo inteligible de las obras maravillosas de Dios en una variedad de lenguas desconocidas para los oradores. Esto muestra lo apropiado que fue el milagro particular efectuado aquí; y aun su necesidad a fin de convencer de inmediato a los oyentes. Tal exhibición podía llenar su objeto solo en presencia de personas que conocieran las lenguas que se hablaban; pero la ocasión presente dio tal condición, y a ellos se dirige ahora el autor: (5) “Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones religiosos, de todas las naciones debajo del cielo. (6) Y hecho este estruendo, juntase la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar su propia lengua. (7) Y estaban atónitos y maravillados diciendo: He aquí, ¿no son galileos todos éstos que hablan? (8) ¿Cómo, pues, les oímos hablar cada uno en nuestra lengua en que somos nacidos? (9) Partos y medas, y elamitas y los que habitan en Mesopotamia, en Judea y en Capadocia, en el Ponto y en Asia, (10) en Frigia y en Panfilia, en Egipto y en las partes de África que está de la otra parte de Cirene, y romanos extranjeros, tanto judíos como convertidos, (11) cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. (12) Y estaban todos atónitos y perplejos, diciendo los unos a los otros, ¿Qué quiere ser esto? (13) Mas otros burlándose decían: Que están llenos de mosto”.

     Las lenguas nativas de estos judíos eran las de los países enume rados, en las que eran nacidos; pero todos o casi todos habían sido enseñados por sus padres el dialecto de Judea; tal era la costumbre de los judíos en esa época. Así pudieron entender las lenguas que estaban hablando los apóstoles, y conocer la realidad del milagro. Jamás se había presenciado antes tal milagro, y el autor agota su vocabulario tratando de describir su efecto en los oyentes. Dice: "Están confusos", "están maravillados", "perplejos", y se preguntaban entre sí: "¿Qué quiere ser esto?” En tal pregunta centraron sus pensamientos cuando tiempo tuvieron de pensar; se ve que reconocían la índole milagrosa del fenómeno, pero no podían determinar qué significaba; esto es, con qué objeto se efectuó. Todavía nada sabían de los que hablaban, sino que eran galileos. Su pregunta, sin embargo, era precisamente la que el milagro trataba de producir, y la alocución que se siguió dio la respuesta.

     Los burladores que decían: "Están llenos de mosto", eran gentes irreverentes que, o no entendían más que una de las lenguas que se hablaban y juzgaban todo lo demás contra sentido, o eran tan profanos que se burlaban de lo que a otros llenaba de asombro. Su burla recibió la merecida observación en el discurso que se sigue. 

[¿Cómo ebrios los que recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés? Estudio adicional sobre este asunto.]

[Hechos 2:1-13. Comentario por Homero Shappley de Álamo]

C. Predicación de Pedro. Hechos 2:14-40.

1. Introducción: el milagro explicado. Hechos 2:14-21.

     Versículos 14-21. (14)Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once alzó su voz y hablóles diciendo: Varones judíos y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio y oíd mis palabras. (15) Porque éstos no están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día; (16) mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel: (17) Y será en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán visiones, y vuestros viejos soñarán sueños: (18) Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu y profetizarán. (19) Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo: (20) el sol se volverá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; (21) Y será que todo aquél que invocare el nombre del Señor será salvo.”

     Pedro había oído lo que los burladores decían, y aunque procedía de unos cuantos, habló de ello como si expresara el sentir de la multitud. En esto había la ventaja de evitar una cuestión personal con los que lo hubieran dicho, y además se trataba de excitar disgusto para ello entre los que velan todo el asunto en seriedad. La contestación que dio no fue refutación completa del cargo, pues a cualquier hora del día se podía la gente embriagar; pero era altamente improbable que a hora temprana del día llegaran a estar en tales condiciones por haber tomado mosto. Se apoyó en el resto de su alocución para mostrar la falsedad del cargo.

     La primera parte de la cita de Joel (Versículos 17 y 18) la usa Pedro para contestar en finalidad lo que preguntaba la multitud: "¿Qué quiere ser esto"? Si hubiera atribuido el hablar en lenguas a la ingeni­osidad suya y de sus compañeros, o a otra cosa que el poder divino, no habrían aceptado la explicación sus oyentes; pues sabían que solo el poder divino daba a los hombres la habilidad de hablar así. Así que, al atribuirlo al Espíritu de Dios, podían ver ellos la razón que le asistía, y al citar el pasaje del profeta que de modo tan patente se cumplía a vista de ellos percibían que el milagro era cosa predeterminada en la mente de Dios. Podían ver también que la predicción abarcaba mucho más de lo que ellos estaban presenciando, pues presentaba un derramamiento del Espíritu Santo, no solo en los hombres que tenían delante, sino "sobre toda carne", tal que hiciera profetizar a hombres y mujeres, ver visiones, soñar sueños. Todavía estaba por cumplir todo, con excepción de lo primero, aunque todo se cumpliría en el curso de los sucesos que el autor va a anotar. Es evidente que "toda carne" no quiere decir todo ser humano, sino personas de todas naciones.

     El resto de la cita de Joel (Versículos 19 y 20) no tiene contacto con el argumento de Pedro, aunque probablemente lo da por completar la conexión de lo que exigía su argumento. El día grande y manifiesto a que se refiere se ha entendido en varias maneras: algunos lo refieren a la destrucción de Jerusalén, otros al día del juicio, y algunos al Pentecostés mismo. El que en conexión con ellos se haga la promesa: "Todo aquél que invocare el nombre del Señor será salvo", parece identificarlo con el día del juicio; pero solamente de los terrores de aquél día se escaparán los que invoquen el nombre del Señor, cuando tal plegaria al Señor se acompaña con la fe y la obediencia que salvan; sin éstas es vana toda oración.

     Hasta aquí Pedro se ha limitado en su discurso a la prueba de su inspiración y de sus compañeros. Fue preparación necesaria para lo que sigue, pues solo de este modo podían prepararse sus oyentes para recibir en confianza implícita lo que tenían que decirles de Jesús. En este punto, si hubiera terminado su discurso, quedarían convencidos (los reflexivos de ellos) de haber escuchado a un hombre inspirado; pero no habrían sabido más de Jesús, o de la salvación por El, que antes. Su introducción del discurso ya completa, allanó el camino para presentar el tema principal, y por lo mismo procede desde luego a anunciar la proposición de la que todo lo que antecede no es más que preludio. 

 

2. Jesús proclamado Cristo y Señor. Hechos 2:22-32.

a) Se declara su resurrección. Hechos 2:22-24.

 

     Versículos 22 - 24. Nos es imposible, a tal distancia de tiempo y espacio, darnos cuenta más que en grado débil del efecto que tuvo en las mentes tan excitadas por el siguiente anuncio que Pedro hizo: (22) “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús Nazareno, varón aprobado de Dios entre vosotros en maravillas y prodigios y señales que Dios hizo por El en medio de vosotros, como también vosotros sabéis; (23) a Este, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole; (24) al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte por cuanto era imposible ser detenido de ella.” Maravillas, prodigios y señales son tres términos para fenómenos. Maravillas (dynamis) se refiere a lo que el Señor Jesús había hecho por el poder de Dios; prodigios porque Sus hechos excitaban el asombro en quienes los presenciaban; señales se les llamaron porque señalaban la aprobación de Dios para lo que por ellas se enseñaba. La palabra griega traducida "inicuos" quiere decir, no malvados, sino los que están sin ley; a saber, los gentiles. "Los dolores de la muerte" se consideran aquí como lazos que sujetan a la víctima hasta que se ve suelta al revivir.

     Llenos de azoramiento los oyentes por la manifestación del Espíritu de Dios que veían y oían, ahora ven que todo este pasmoso fenómeno era para que sirviera al Nazareno a quien ellos habían despreciado y crucificado. Como bajo rápida sucesión de golpes rudos que los hacen vacilar y doblegarse, la serie de hechos se presenta en una oración y los lleva a la convicción forzosa. Con el mismo aliento se les recuerdan las señales milagrosas de Jesús ante su vista, se les acusa de saber que esto es cierto; se les informa que todo fue de acuerdo con el propósito preordenado de Dios para entregarlo a poder de ellos, y en impotencia; se les dice con toda valentía que Dios lo había levantado de la muerte, por cuanto no era posible que quedara sujeto a ella. Nunca labios mortales habían anunciado en tan breve espacio tal cúmulo de hechos de significado tan terrorífico para los oyentes. Retamos al mundo a que de las peroratas de sus oradores o de los cantos de sus poetas nos produzcan algo paralelo a esto. En todas las cargas de los profetas de Israel, en todas las voces cuyo eco oímos en el Apocalipsis, no hallamos rayo que sea igual a éste. Es el primer anuncio público al mundo de un Redentor resucitado y glorificado.  

b) Resurrección del Cristo predicha por Daniel. Hechos 2:25-31.

     Versículos 25-28. Dos de los hechos expuestos en este anuncio exigen prueba; los demás no: que Jesús mediante milagros había sido apro­bado por Dios, y que le habían dado muerte a mano de los romanos sin ley, eran cosas bien sabidas de sus oyentes; pero que Jesús les habla sido entregado según propósito predeterminado de Dios era novedad para ellos; y que Dios lo había resucitado de los muertos no lo creían. Estos dos últimos enunciados, necesitaban prueba, pues, y Pedro procedió a darla de una manera tan formal como conclusiva. Cita primero el trozo en que David había predicho muy claro la resurrección de alguien de entre los muertos y hablaba en primera persona como de sí mismo: (25) Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mi: porque está a mi diestra no seré conmovido. (26) Por lo cual mi corazón se alegró, y gozóse mi lengua; y aun mi carne descansará en esperanza; (27) que no dejarás mi alma en el infierno (sepulcro), ni darás a tu Santo que vea corrupción. (28) Hicísteme notorios los caminos de la vida; me henchirás de gozo con tu presencia.” Solo aquello que de esta cita se refiere a la resurrección se adapta al propósito especial del apóstol, y lo que precede (Versículos 25 y 26) sirve para introducirlo en conexión. La palabra "infierno" aquí es una traducción errónea de la griega hades, que significa el mundo invisible para nosotros. Por eso nos parece más acertada la que se hizo del hebreo en el Salmo que se cita (16:8-11); a saber, sepulcro. Sin embargo, es lenguaje figurado, pues sabemos que, si el cuerpo natural de Jesús estaba en el sepulcro entre la muerte y la resurrección, su Espíritu estaba en el paraíso (Lucas 23: 43), sea lo que fuere. De paso esto prueba que en el hades —buen vocablo castellano— ya hay goce para los justos. "No dejarás mi alma en el hades" es un aserto de que se reincorporará su Espíritu; "ni darás a tu Santo que vea corrupción" afirma que con el retorno del alma al cuerpo antes que se inicie la descomposición, se reanimará. Lo que se añade en el siguiente versículo se refiere primero a tal conocimiento que antes de la muerte se le dio, y segundo a la alegría que le causó al resucitado ver el rostro de Dios. Es innegable que este trozo predice la resurrección de alguien antes que comenzara la corrupción de su cuerpo; la única duda entre Pedro y sus oyentes es de quién habla aquí David. Como éste habla aquí en primera persona, parece que se refiere a si mismo; fue necesario que Pedro, para completar su argumento, demostrara que se refiere a otra persona, la del Cristo. Esto pues procede a hacer.

     Versículos 29 - 31. (29) Varones, se os puede libremente decir del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (30) Empero, siendo profeta y sabiendo que con juramento le había Dios jurado que del fruto de su lomo, cuanto a la carne, levantaría al Cristo que se sentaría sobre su trono; (31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el infierno (hades), ni su carne vio la corrupción.” Bien sabido era entonces para los judíos, como lo es hoy a todo intérprete de los salmos proféticos, que era costumbre de David hablar en primera persona cuando profetizaba del Cristo; y en cualquier caso dado, si es claro que de si habla, la conclusión es que del Cristo discurre. Tal es la fuerza del argumento de Pedro, y prueba a sus oyentes judíos lo que se propuso probarles, que según propósito predeterminado y expreso de Dios, el Cristo habría de padecer la muerte y luego levantarse de nuevo de entre los muertos. También corregía aquel concepto erróneo de ellos de un reinado terreno para el Cristo, mostrando que este se sentaría en el trono de David después de resucitado y no antes de morir.  

c) Los doce testifican de la resurrección de Cristo. Hechos 2:32.

     Versículo 32. Hasta allí el orador con su argumento probó que el Cristo seria liberado de la muerte, que se levantarla para sentarse en su trono; pero tenía que probar todavía que esto era para verificarse en Jesús. Ahora lo prueba con el testimonio suyo y el de los once que en pie le acompañaban. (32) “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.” Esto probable es que sea solo la sustancia de todo lo que dijo sobre este punto, y que hubiera dado detalles de su testimonio. Como personalmente los testigos eran desconocidos para la multitud, su testimonio como meros hombres pudiera tener poco peso para sus oyentes; pero hablaban como llenos del Espíritu de Dios, y esto para gentes de crianza judaica era suficiente garantía de ser cierto lo que decían. En consecuencia, ya establecido el hecho por ese testimonio, en conexión con lo que acababan de saber por el Salmo, que el Cristo había de padecer y levantarse de los muertos como Jesús lo había hecho, les probó fuera de toda duda que Jesús era el Cristo. Todo oyente juicioso, tal debe haber juzgado. 

d) Jesús exaltado al trono de Dios. Hechos 2:33-35

      Versículo 33. A fin de sostener la proposición de que el Cristo habrá de ser elevado a sentarse en el trono de Dios (Versículos 30 y 31), fue menester que Pedro trazara su progreso tras la resurrección y mostrara que efectivamente había sido exaltado al solio. Lo hace con estas palabras: (33) “Así que, levantado por la diestra de Dios y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”. La prueba de Pedro no es el hecho que se relata en el capitulo introductorio de Hechos, que él y sus compañeros habían visto a Jesús subir al cielo; pues esto no hubiera sido válido, ya que su vista le siguió no más allá de la nube que lo quitó de sus ojos; sino fue lo que presenciaban sus oyentes con vista y oídos, el hecho de que él y sus compañeros hablaran como el Espíritu Santo les daba que hablasen, mientras las lenguas de fuego posaban sobre sus cabezas. Al decir que Jesús había sido exaltado por la diestra de Dios, Pedro expresaba lo que ni él ni otro mortal ninguno podían saber sino por revelación directa; pero como ante el pueblo era manifiesta la revelación directa, evidente fue que el testimonio que se daba provenía del Espíritu Santo mismo que acababa de venir del cielo donde la exaltación del Cristo había tenido lugar. Testimonio era éste que ningún judío en su juicio podía poner en duda.

     Versículos 34 y 35. Un punto más estableció Pedro, no como prueba adicional de la exaltación de Jesús, sino para mostrar que lo que ya se probó de él se predijo del Cristo y con esto quedó completo tan inimitable argumento. (34) “Porque David no subió a los cielos; empero él dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, (35) hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Salmo 110:1). Los fariseos mismos admitían que este trozo de David se refería al Cristo, y por consecuencia de tal admisión en una memora ble conversación con Jesús (Mateo 22:43, 44), muy perplejos se habían quedado. Pero Pedro mismo, sin conceder nada, protege la aplicación del argumento; como no había subido a los cielos y no podía por lo mismo hablar de sí mismo aquí. Admitido esto, no queda otra alternativa que la ya dada en la otra instancia: que esta cita se refería al Cristo, ya que David a nadie sino a El llamaría Señor.  

e) Conclusión lógica. Hechos 2:36.

     Establecida ya la incontrovertible evidencia de las dos proposiciones que necesitaban pruebas, y presentadas en el anuncio inicial; a saber, primera, que Jesús había sido entregado a sus enemigos por determinado consejo de la presciencia de Dios; y segunda, que Dios lo había levantado de los muertos; y ya que se avanzó más allá del primer anuncio probando que Dios lo habla exaltado y dado lugar en su trono para sentarse a su diestra, Pedro anuncia ahora su conclusión final en los siguientes términos que traen seguridad pero sobrecogen: (36) “Sepa pues ciertisimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús que vosotros crucificasteis, Dios ha hecho Señor y Cristo”. Lo hizo Señor haciéndolo sentar en el propio trono de Dios, para regir sobre ángeles y hombres; lo hizo Cristo al darle el trono de David según la promesa. Era el trono de Dios por ser de dominio universal; era el solio de David por ser Jesús descendiente en línea recta de David y por lo mismo Rey por todo derecho. Los oyentes judíos de Pedro supieron por esta conclusión que, contrario a todo concepto previo, el Cristo prometido no subía a un trono terrenal por glorioso que fuese, sino al solio del universo.

3. Exhortación al pueblo para salvarse. Hechos 2:37-40.

Ya hemos visto que, para el momento en que Pedro se pone en pie para dirigirse al pueblo, aunque ya había ocurrido el bautismo del Espíritu Santo y se hablan visto los efectos en aquéllos que lo recibieron, ningún cambio hubo en las mentes del pueblo con referencia a Jesús, ni experimentaron otra emoción que asombro y confusión. El cambio deseado con respecto a Cristo no se efectuó hasta que Pedro habló: y todo poder que para efectuarlo residiera en el bautismo del Espíritu Santo, se cifró en las palabras que el Espíritu dio a Pedro que hablara. El primer efecto visible se describe así: (37) “Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” Con esta exclamación confesaron tácitamente su creer lo que Pedro había predicado: y el informe de que estaban compungi­dos de corazón muestra cuán agudo fue el remordimiento que les inspiraron los hechos que ya creían. Desde que Pedro comenzó a hablar, se operó un cambio tanto en su sentir como en sus convicciones. Creían ya que Jesús era el Cristo, y sintieron punzarles el corazón con pensar que lo habían asesinado. Tal efecto se originó, dice Lucas como es natural, en lo que oyeron: "Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón". Esto ejemplifica la enseñanza de Pablo, que "la fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios" (Romanos 10:14-17).

Versículo 38. La pregunta "¿qué haremos?" se refería a la escapatoria de estos culpables de las consecuencias de su crimen; y aunque la idea de salvarse de sus pecados en general apenas hallaba lugar en su mente, la fuerza real de la pregunta se puede bien expresar con ¿Qué haremos para ser salvos? Bajo el reinado de Cristo, ésta es la primera vez que se expresa pregunta tan grave, y la primera que se obtiene respuesta. Sea la que hubiere sido la respuesta apropiada en cualquier previa economía, o en cualquier día anterior en la historia del mundo, la que dio Pedro este día de Pentecostés, día en que comenzó el reinado de Cristo en la tierra, es la respuesta fiel e infalible para todo indagador en todo tiempo en lo futuro. (38) Y Pedro les dice: Arrepentíos y bautícese (sed bautizados) cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.”

Debiera observarse que, en esta contestación a la pregunta "¿Qué haremos?" se les manda hacer dos cosas: primero arrepentirse; y segundo, ser bautizados en el nombre de Jesucristo. Si Pedro se hubiera detenido ahí, habrían sabido las gentes su inmediato deber, y nosotros conoceríamos que el de aquéllos cuyo corazón les punza por la conciencia de la culpa, es arrepentirse y ser bautizados; y sabríamos también que eso es lo que tenemos que hacer para libertarnos de la culpa. Pero Pedro no se detuvo con esos dos preceptos; vio propio expresar específicamente las bendiciones que siguen al cumplir con ellos. Se dijo a la gente que se arrepintieran y se bautizaran "para perdón de los pecados". Esto es solo expresar más específica mente lo que se habría entendido al conectar pregunta con respuesta, como lo acabamos de decir. Hace doblemente seguro que la remisión de los pecados sigue al bautismo, y por eso se ha de esperar después del bautismo. A estas gentes se les mandó arrepentirse después de sentirse "compungidos de corazón", lo que prueba que el arrepentimiento no es solo entristecerse por el pecado, sino un cambio que se sigue. Así también es con el perdón de los pecados: es la primera necesidad del alma humana en sus circunstancias terrenas más favorables. El rebelde al gobierno de Dios, aunque deponga las armas y se vuelva súbdito leal, no tiene esperanza sin perdón por lo pasado; y aún después de recibir perdón, luchando humildemente en el servicio de Dios, sabe que es culpable donde falla, por lo que pierde el galardón final si no es perdonado cada vez que delinque. Así pues, la cuestión de las condiciones de perdón se divide en dos: una que tiene referencia al pecador aun no perdonado, y la otra que afecta al santo que ha caído en pecado. Como los que hicieron la pregunta a Pedro eran de la primera clase, la contestación se aplica a ellos.

La bendición segunda que se promete, a condición de arrepentirse y bautizarse, es el "don del Espíritu Santo". Pero esto no es el don milagroso que acababan de recibir los apóstoles, ya que sabemos por la historia que ese don no se concedió a todos los que se arrepentían y eran bautizados, sino solo a unos cuantos hermanos prominentes en varias congregaciones. La expresión quiere decir el Espíritu Santo como don, y se refiere a la morada interna que nos hace el Espíritu de Dios para producir los frutos del Espíritu, sin los cuales no llegamos a ser de Cristo. En la siguiente oración de su discurso Pedro habla más ampliamente de esta promesa.

(39) “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos tos que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.” Como ésta es promesa condicional, para los que se arrepienten y son bautizados, los hijos que se mencionan no pueden ser otros que los que se han arrepentido y se bautizan. Tal promesa pues no se puede entender como para un pequeño inconsciente. Además, es promesa para aquéllos que "el Señor llamare", y no llama él más que a los que oyen y creen. Observamos que la universalidad de esta promesa, si bien es fácil de entender para los que la leemos a la luz de revelaciones subsiguientes, Pedro y los demás apóstoles entendieron por lo pronto que abarcaba de los gentiles solo aquéllos que llegaran a circuncidarse. Fue esto una instancia entre muchas en las que hombres inspirados que hablaban lo que el Espíritu les daba que hablasen, no se percataban ellos mismos de un modo adecuado del alcance e importancia de su mensaje.

Al finalizar su relato del sermón de Pedro, el autor nos informa indirectamente que solo nos ha dado un epitome de ese discurso. (40) “Y con otras muchas palabras testificaba y exhortaba diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.” El término "testificaba" se refiere a la parte del discurso en que se dan argumentos, y "exhortaba" hace alusión a la parte hortatoria y de aliento. Esta es la natural secuela a lo que expresó como condiciones del perdón, y es condensada en las palabras: "Sed salvos de esta perversa generación". Se salvaban cumpliendo las condiciones del perdón que se acababan de expresar, pues la salvación del pecado se cumple al remitirse los pecados; y la referencia a tales condiciones es demasiado clara para no entenderse. La exhortación debiera evitar que tantos predicadores modernos de avivamientos nos salgan con la peregrina idea de que el pecador nada puede hacer para salvarse. Cierto, el pecador nada puede hacer que le consiga por sus propios méritos la salvación o el perdón de los pecados, pero, sí, debe hacer lo que se prescribe como método para aceptar la salvación que se le ha obtenido y se le ofrece. De este modo es como se salva a sí mismo. Salvarse de aquella generación era salvarse de la suerte que sobre aquella raza se cernía para el mundo de la eternidad, así como nos salvamos de un buque al hundirse con solo zafarnos de su suerte.

Si el lector hace repaso cuidadoso de este discurso refiriéndose a su plan como sermón, y a la dirección de su línea de argu­mento, hallará que concuerda tan estrictamente con las reglas de la homilética como si Pedro se hubiera entrenado en esta ciencia moderna, y que su lógica sin tacha se ve de principio a fin. Imposible que esto haya sido el resultado de la educación o entrenamiento de Pedro, pues ninguna instrucción previa suya podía haberlo capacitado para obra extemporánea de este carácter. Pero debe atribuirse todo al poder director del Espíritu Santo que le daba, según la promesa "boca y sabiduría a la cual no podrán contradecir todos sus opositores" (Lucas 21:15).

 

D. Efecto del sermón y progreso de la iglesia. Hechos 2: 41-47.

     Versículo 41. Los que escuchaban, heridos en el corazón preguntaban: "Hermanos, ¿qué haremos?" Felizmente sorprendidos por haber encontrado tan sencillas las condiciones de perdón, comenzaron a obrar con prontitud decorosa. (41) “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados: y fueron añadidas a ellos aquel día como tres mil personas.” Recibieron su palabra quiere decir que la creyeron verídica y la adoptaron como regla suya de acción. Veces innumerables se ha instado, y las mismas refutado, que tres mil personas no se podían bautizar (sumergir) en lo que de tiempo quedaba aquel día con el abasto de agua que se hallaba en Jerusalén. Cierto, no hay agua corriente en la proximidad de la ciudad que sirva para tal objeto, ni jamás la ha habido; pero desde mucho antes de la venida de Jesús ha estado surtida de estanques artificiales en que esta ordenanza se podía administrar aun a tal multitud. En nuestros días el único que queda enteramente apropiado para esto, y que se ha usado por misioneros, es el de Siloé, situado en el valle directamente al sur del sitio del templo. Tiene como 13 metros de largo y un promedio de 5 de ancho, y está rodeado de mampostería como de unos 6 de alto. En la esquina al sudoeste, donde el muro no es tan alto, hay una escalera de piedra que conduce al fondo. El agua entra por el extremo norte por un conducto subterráneo que viene del Estanque de la Virgen surtido de una fuente perenne, vierte por dos orificios en el otro extremo, uno en el fondo y otro a tres o cuatro pies arriba. Cerrado el del fondo, como por lo general lo está, hay una profundidad de agua muy apropiada para bautismos.

     El estanque que hoy se llama Guihón de Arriba, situado a medio kilómetro al poniente de la puerta de Jaffa, es hoy el lugar más apropiado. Tiene unos 29 metros de largo por 19 de ancho, con profundidad promedio de 2.20. Se surte de lluvias que vierten allí y rara vez se llena. Tenía anchos escalones en cada esquina para bajar al fondo, ahora en dilapidación, con el agua en profundidad adecuada daba facilidades para bautizar la multitud que se menciona del Pentecostés. Pero de todos los antiguos estanques el más adecuado por razón de su tamaño, es el que los europeos llaman Guihón de Abajo, pero los nativos Estanque del Sultán. Se formó construyendo una presa inmensa a través del valle abajo del muro occidental del llamado Monte Sión, para detener el agua que corría por el valle, y otra pared arriba que detuviese la tierra en aquel extremo. Los lados y el fondo de este estanque consisten de la roca en declive de ese valle que por el lado de la ciudad va a capas de 60 a 90 cm. de grueso con una superficie expuesta en muchos lugares hasta de 2.40 de ancho. Sobre estas lajas, según la profundidad de agua, podían pararse muchos más que los doce apóstoles y bautizar gentes sin estorbarse entre sí. El enjalbegado en la presa inferior del estanque tenia espesor de 9 cm., pero ahora está roto a tal grado que el agua se cuela libremente, y en la estación seca el estanque está vacío; pero en tiempos en que esta presa se hallaba bien conservada, nadie acostumbrado a bautizar pensaría en recurrir a otro lugar en la ciudad. Es raro, por cierto, dar con mejor baptisterio en otra parte. Ya que, por los escritos de exploradores de esta generación, se ha hecho extenso un conocimiento de las facilidades para bautizar que habla en Jerusalén antigua, llega a ser inexcusable que una persona inteligente proponga las objeciones que hemos estado considerando.

     En la cuestión del tiempo necesario para el bautismo de tres mil, cualquiera que haga un cálculo aritmético, sin el que es ocioso presentar objeción, podrá ver que hubo tiempo de sobra. El discurso de Pedro comenzó a las 9 horas, y bien podemos suponer que lo que ocurrió en el templo terminó antes de mediodía. Esto nos deja seis horas para efectuar todos los bautismos aquel día, como lo expone el texto. Un minuto completo para bautizar a una persona es tiempo amplio; pero si como sucede cuando hay que bautizar un gran número, los candidatos van avanzando en línea al lugar que ocupa el que lo administra, el trabajo se puede hacer en la mitad del tiempo. Con todo, a razón de sesenta por minuto, doce hombres llegarían a bautizar 720 en una hora, y tres mil en cuatro horas y cuarto. Luego, fácilmente los apóstoles no eran los únicos que bautizaban, pues acostumbraban dejar este trabajo a otros (Véase Hechos 10:48). La consideración de todo esto muestra lo ocioso de la objeción y que los que la arman jamás han dado al asunto la consideración debida.

     No satisfechos con estas dos objeciones a la inmersión de los tres mil que ya desbaratamos, los afusionistas insisten en que "el acceso a los depósitos de tan precioso líquido para la población de una ciudad grande no se habría permitido a tamaña multitud". Tal objeción acusa ignorancia del objeto de estos estanques y el uso que de ellos se hace. A la fecha actual, cuando el agua es mucho más escasa que en tiempos antiguos, se usan estos estanques como albercas de natación, y el agua que contienen jamás se usa para beber ni en objetos culinarios. Bautizar en ella ni reducía la cantidad del agua ni menoscababa su calidad en lo que se usaba. La multitud que oyó a Pedro tenía la misma libertad de acceso a ella con que los creyentes van a ríos y albercas públicas a bautizarse en las grandes ciudades y aldeas de los países libres. Se espera no oír más tal objeción de la boca de gentes de mediana inteligencia.

     Antes de terminar con este versículo, observemos que los tres mil dieron ese día dos pasos distintos: (1) fueron bautizados, y como proceso distinto, (2) fueron añadidos al número de discípulos que ya se contaba antes. El añadirse sin duda consistió en alguna forma de reconocimiento público para contarlos como miembros de la iglesia. Como la forma no se especifica, no es de autoridad; y los discípulos hoy tienen libertad de adoptar la forma más apropiada y en armonía con la sencillez del evangelio.

     Versículo 42. Habiéndose ya bautizado estos nuevos discípulos el mismo día en que primero llegaron a creer, tenían todavía muchos asuntos de lo subordinado y muchos deberes que conocer y en los que convenía instruirlos. Al dar cuenta de cómo se solucionaron estos problemas, Lucas es aun más breve , pues se adhiere estrictamente al propósito principal de su relato, el de revelar el proceso y los medios de conversión, antes que los de edificación e instrucción. Termina pues esta sección de su historia con la breve noticia del orden que se estableció en la nueva iglesia, mencionando primero sus actos de culto público. (42 ) “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones.” Los únicos maestros todavía eran los apóstoles, y al enseñar a los discípulos ejecutaban la parte de su comisión que les exigía instruir a los que bautizaban, en todo lo que Jesús habla mandado (Mateo 28: 19, 20). El precepto que hacía deber suyo enseñar hacía deber para los discípulos que aprendieran, y que por todos lados se cumplió lo afirma el dicho: "Perseveraban en la doctrina de los apóstoles".

     La "comunión" (camaradería) en que perseveraban era su participación en mancomún en los privilegios religiosos. La palabra original “koinoonia” se usa algunas veces para hablar de las contribuciones en favor de los pobres (Romanos 15:26 ) pero aunque de esta manera se manifieste esta participación de privilegios, no se restringe a esto el sentido de la palabra. Ocurre luego en conexiones como las que siguen: "Sois llamados a la participación (koinoonia) de s u Hijo Jesucristo" (1 Corintios 1:9); "la gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la participación del Espíritu Santo sea con vosotros" (2 Corintios 13:13); "tenemos comunión entre nosotros" (1 Juan 1:3, 7). Tenemos comunión con Dios, pues somos hechos participantes de la naturaleza divina al escapar de la corrupción del mundo por su concupiscencia. Tenemos comunión con Su Hijo por las simpatías que su vida y sufrimientos establecen con él en nosotros; y con el Espíritu Santo porque tomamos de la fuerza e iluminación que él imparte, ya que en nosotros mora. Tenemos comunión unos con otros por la participación mutua en los afectos y buenos oficios de otros. Este término también se usa en referencia a la Cena del Señor: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (1 Corintios 10:16). Esta comunión es la participación común en los beneficios del cuerpo roto y la sangre vertida. En todos estos detalles los primeros discípulos perseveraban en la comunión.

     El partimiento del pan y las oraciones en que también perseveraban, son el emblemático pan partido en las congregaciones. Esto, lo mismo que el número y la índole de las oraciones que reunidos ofrecían, eran cosas tan conocidas para Teófilo que no era menester darle aquí detalles.

     Versículo 43. Seguido de esta breve noticia del servicio público de la iglesia, tenemos una vislumbre del efecto que las escenas que se acaban de describir sobre la comunidad alrededor tenia. (43) “Y toda persona tenía temor: y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.” Este temor no era del que se acompaña con la aversión; pues más adelante (Versículo 47) sabemos que cada día muchos eran añadidos a la iglesia. Era ese asombro solemne que los milagros naturalmente inspiran, mezclados de la reverencia profunda para una comunidad que universalmente se caracteriza por su santo vivir.

     Versículos 46 y 47. La historia subsiguiente de la iglesia por breve tiempo se condensa en esta declaración parca: (46) “Y perseverando cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y con sencillez de corazón, (47) alabando a Dios y teniendo gracia con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día los que habían de ser salvos. Esto muestra claro que el templo era el lugar de reunión diaria de la iglesia. Sus atrios se abrían en todos tiempos, todo judío tenía libre acceso a ellos como a las calles de la ciudad, y aun los gentiles podían entrar al atrio más exterior, que por eso se llamaba Atrio de los Gentiles. Más adelante (Capítulos 3 y 5) se verá cómo usaban el templo. Ningún otro lugar dentro de los muros de la ciudad podía haber ofrecido espacio para reunión de tales multitudes.

     El partir del pan que se menciona aquí no es el mismo del Versículo 42, pues la referencia al pan aquí es como alimento, lo que se hace claro en "comían juntos con alegría y con sencillez de corazón" . La "gracia (favor), con todo el pueblo" de que gozaban era la consecuencia natural de la vida admirable que llevaban. Los sacerdotes y escribas recibieron tan rudo golpe con el repentino auge de la iglesia, que no se vieron preparados para armar oposición abierta a ello.

     Que "el Señor añadía cada día a la iglesia los que hablan de ser salvos" quiere decir que había diarias adiciones a la iglesia y que los diariamente añadidos eran diariamente salvos. La expresión final no significa que solo iban en vías de salvación, sino que eran salvos. Lo eran en el sentido en que Pedro exhortó a los de Pentecostés: "Sed salvos". La palabra salvar significa hacer seguros, y uno es hecho seguro contra todos sus pecados pasados cuando le son perdonados. No se puede salvar de ellos de otro modo. En ese sentido fue que eran salvos los añadidos cada día. Pablo usa la palabra en el mismo sentido cuando dice: "Por Su misericordia nos salvó, por el lavacro de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo" (Tito 3:5). El hecho de ser los salvos añadidos a la iglesia justifica la conclusión de que solo los que eran salvos, o sea, aquellos cuyos pecados eran perdonados, tenían derecho a membresía en la iglesia. Condena también la práctica de recibir personas en la iglesia "como medio de gracia", esto es, medio de buscar perdón, y asimismo condena el recibir pequeñitos incapaces aun de cumplir con las condiciones prescritas en que se ofrece el perdón.

 

Proceder al Comentario sobre el Capítulo 3 del libro de los Hechos.

 


 

Hechos de Apóstoles. Por Lucas, médico amado. PDFs del Comentario completo por J. W. McGarvey. 290 páginas de texto y gráficas, tamaño carta.

 

Comentario sobre Apocalipsis: análisis de las profecías y visiones. Por Homero S. de Álamo

Comentario completo sobre Colosenses

Historia de la Era Cristiana. Muchos documentos en esta Web.

Comentario sobre Hechos por J. W. McGarvey. Boceto del Contenido completo.

 

  

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