Comentario sobre Apocalipsis: análisis de las profecías y visiones. Por Homero S. de Álamo

Comentario completo sobre Colosenses

Historia de la Era Cristiana. Muchos documentos en esta Web.

Comentario sobre Hechos por J. W. McGarvey. Boceto del Contenido completo.

 

Hechos de Apóstoles. Por Lucas, médico amado. PDFs del Comentario completo por J. W. McGarvey. 290 páginas de texto y gráficas, tamaño carta.

 

Hechos de apóstoles

Por Lucas, el médico amado

 

Esta gráfica de la sanación del cojo de nacimiento en la puerta Hermosa del templo judío ilustra el comentario de McGarvey sobre Hechos 3.

 

Comentario por J. W. McGarvey, M. A.

Predicador y escritor de la Iglesia de Cristo

Adaptación del Prof. E. J. Westrup

Sección III

Progreso de la iglesia y su primera persecución

Hechos 3:1-26

PDF de este estudio

1. Un cojo sanado por Pedro. Hechos 3:1-11

 

     Versículos 1 - 10. Hasta aquí los trabajos de los apóstoles no han visto interrupción y sí un éxito asombroso. Se nos introduce ahora, en la historia de la iglesia hibrosolimitana, a una serie de conflictos en que alternan el triunfo y la derrota aparente. El templo es todavía lugar de reunión y se convierte en teatro de la pugna. (1) “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora de oración, la de nona. (2) Y un hombre que era cojo desde el vientre de su madre, era traído; al cual ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. (3) Este como vio a Pedro y a Juan que iban a entrar al templo, rogaba que le diesen limosna. (4) Y Pedro, con Juan, fijando los ojos en él, dijo: Mira a nosotros. (5) Entonces él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. (6) Y Pedro dijo: Ni tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. (7) Y tomándolo por la mano derecha, le levantó; y luego fueron afirmados sus pies y tobillos; (8) y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando y alabando a Dios. (9) Y todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios. (10) Y conocían que él era el que se sentaba a la puerta del templo La Hermosa; y fueron llenos de asombro y de espanto por lo que le había acontecido.” Este milagro es una de las muchas señales y maravillas que se mencionan antes en el Cáp. 2:43, que se obraban un día tras otro por los apóstoles; y por los resultados que de ello hubo, se escogió para mencionarlo en particular. Las circunstancias que lo acompañaron se dieron con objeto de que atrajera rara atención. La Puerta Hermosa era sin duda el paso favorito al interior del atrio del templo; y como el sujeto de esta curación allí se ponía todos los días, se hizo bien conocido a cuantos frecuentaban el templo. La curiosidad natural de los caritativos por las aflicciones de los que ellos sirven había también llegado a hacerles saber en general que era inválido desde el nacer. Más aún, la hora en que se curó fue cuando una multitud de piadosos iba entrando al templo para la oración vespertina, a la hora del incienso, y no podían dejar de notar los saltos y exclamaciones del que había sido curado. Por Lucas 1:10 sabemos de la costumbre de gente devota en la ciudad de juntarse en el templo a orar mientras se quemaba el incienso. Esos testigos de su éxtasis, que lo vieron cogido de Pedro y Juan, no necesitaban preguntar qué significaba su conducta, pues todos vieron a la vez que había sido curado por los apóstoles, y contemplaban aquello con asombro, o lvidando las plegarias a que hablan venido.  

     Versículo 11. Probablemente la intención de Pedro y Juan era retirarse con la gente al atrio de los judíos para entregarse con ellos a la oración mientras el incienso dentro del templo ardía, pero el entusiasmo del cojo y la curiosidad de la gente dieron un resultado diverso. (11) “Y teniendo a Pedro y a Juan el cojo que había sanado, todo el pueblo concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón, atónitos.” La estructura llamada aquí "pórtico" era una columnata construida a lo largo de la faz interior del muro que circundaba el atrio exterior. Según Josefo, consistía de hileras de columnas de piedra de 8 metros de alto, con un techo de cedro que se apoyaba en ellas y en el muro, lo que formaba un corredor abierto en la dirección del templo. En el lado oriental otro corredor con dos filas de columnas de 18 metros de ancho y de la longitud del muro, que Josefo calcula de un estadio (179 metros), aunque su dimensión era 457 metros, según parece. Por su lado sur, que ahora mide 275 metros, había cuatro hileras de columnas que hacían tres pasillos entre ellas de 9 metros de ancho cada uno, y así el pórtico todo era de 27 metros de ancho. Estos inmensos corredores techados o claustros, como los llama Josefo, servían de protección del sol en verano y de la lluvia en el invierno. Daban espacio suficiente para la gran multitud de discípulos cuando se congregaban en masa; y también para muchas juntas diversas de grandes números cada una, con objeto de oír a varios predicadores que hablaban al mismo tiempo. Todos los doce apóstoles podían ponerse a predicar a la vez cada uno a un buen gentío, y guardar distancia unos de otros para evitar confusión de sonidos. En cuál de estos pórticos se verificaría la asamblea de que se habla, no podremos decir, porque no tenemos información de cuál se distinguía con el nombre de "Salomón", que por supuesto era honorario.

2. Segundo sermón de Pedro

a) Introducción: se explica el milagro. Hechos 3:12-16.

     Versículos 12-15. En la admiración del gentío que iba dirigida a Pedro y a Juan, vio aquél que atribuían la curación más bien a algún poder extraordinario de ellos que a su Maestro. Se aprovecha de este detalle y dedica la introducción de su discurso a dirigir los pensamientos de ellos por el conducto debido. (12) Y viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en nosotros como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho andar a éste? (13) El Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorifi cado a Su Hijo Jesús, al cual vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, juzgando él que había de ser suelto. (14) Mas al Santo y al Justo negasteis y pedisteis que se os diera un homicida; (15) y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos; de lo que nosotros somos testigos.” Hace aquí el apóstol, en sustancia, el mismo anuncio respecto de Jesús que el que le sirvió para introducir el tema principal de su primer discurso. El sistema de antítesis que adoptó en esta ocasión dio a su anuncio fuerza aun mayor que antes, si lo consideramos con referencia al efecto que hizo en la conciencia de sus oyentes. El hecho de que el Dios de sus padres hubiera glorificado a Jesús va en contraste con el de que ellos le entregaron a la muerte; su negativa a darle libertad contrasta con el deseo de Pilato para soltarlo; que rechazaron al Santo y Justo se parangona con su demanda de soltarles a un asesino; y el hecho de haberle dado muerte con el de ser El autor de la vida. Estos cuatro puntos de contraste forman los peldaños para el clímax. Aquél que glorificó el Dios de vuestros padres, habéis dado muerte. Vuestro crimen en esto se agiganta por la consideración de que, cuando vuestro gobernante gentil lo declaró inocente y proponía soltarlo, levantasteis la voz en su contra. Ni aun esto expresa toda la enormidad de vuestra culpa, pues sabíais que era santo y justo, y preferisteis libertar al que conocíais de asesino. Finalmente, al inmolarlo habéis dado muerte al verdadero Autor de la vida, de vuestra propia vida y la de todos; y aunque lo llevasteis a la muerte, ha resucitado de los muertos. Más brillante clímax, más feliz combinación de tesis y antítesis no se halla seguido, si acaso, en toda la literatura. Hay razón de creer (véase el versículo 17) que los efectos de esto en la multitud fueron abrumadores. Hechos innegables se presentaron, si exceptuamos la resurrección, y de ésta Pedro declara que él y Juan eran testigos.

    
Versículo 16. Con el anuncio que antecede, Pedro sólo parcialmente introdujo el tema de su discurso. Avanzó hasta la resurrección, pero se detuvo ante la plena verdad de la glorificación de Jesús. Aquí completa su introducción y demuestra al mismo tiempo la realidad de la resurrección y glorificación de Jesús añadiendo: (16) Y en la fe de Su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis ha confirmado Su nombre: y la fe que por El es, ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros.” He aquí una de esas repeticiones que son comunes a los oradores que improvisan, con intención de dar mayor énfasis al pensamiento principal, previniendo al mismo tiempo un concepto erróneo probable. Para que el uso peculiar que del nombre de Jesús se hacia no llevara a la gente excitada a pensar que hubiera algún encanto en el mero nombre, error en que ciertos judíos de Éfeso más tarde cayeron (Hechos 19:13-17), Pedro particulariza que fue la fe en Su nombre la que había obrado el milagro. También hay que observar que no fue la fe del cojo la que efectuó la curación; pues por la narración de ella (Versículos 4-8) se ve que antes de ella nada de fe tenia. Al decirle Pedro, "Mira a nosotros" , miró el hombre esperando limosna. Aun después de decirle Pedro que en el nombre de Jesucristo anduviera, no hizo tentativa de moverse sino después de tomarlo Pedro de la mano para levantarlo. Ninguna fe mostró ni en Jesús ni en el poder de sanidad de los apóstoles, sino hasta que se vio capaz de estar en pie y andar. La fe, luego, era la de Pedro; y esto concuerda con lo que hallamos en los Evangelios, que la realización de un milagro por los que poseían dones espirituales siempre dependía de la fe de éstos. A Pedro le fue dado poder para andar sobre las aguas; pero cuando vaciló, comenzó a hundirse, y Jesús le dijo: "Oh, hombre de poca fe, ¿por qué dudaste"? (Mateo 14:31). Cuando nueve de los apóstoles en ocasión memorable procu­raban en vano lanzar un demonio, Jesús explicó su fiasco diciendo que era por su incredulidad (Mateo 17:20). Era solo "la oración de fe" (Santiago 5:15) la que podía sanar al enfermo.

    
Observaremos bien aquí que, si la fe era indispensable para aquél que había recibido poderes milagrosos para que lograra efectuar un milagro, ninguna fe jamás capacitó para hacerlo al que ningún don de tal poder se le había dado. Por eso la noción general que en ciertas mentes ha habido de tiempo en tiempo desde el periodo apostólico, de que si tuviéramos fe fuerte suficiente podríamos obrar milagros, tiene en la Escritura tanto fundamento como en la experiencia.

b) El perdón de pecados se ofrece en Cristo. Hechos 3:17-21.

     Versículos 17 y 18. En este punto del discurso hay un cambio notable en el tono y la manera de Pedro. Ha hecho denuncia temible de sus oyentes, exponiendo su culpabilidad en términos despiadados; pero ahora suaviza su tono y mitiga la falta de ellos, sin duda a influencias de la expresión dolorosa en sus rostros. (17) “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros príncipes. (18) Empero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos Sus profetas, que Su Cristo había de padecer. Que obraban por ignorancia extenuó su crimen, aunque no les trajo la inocencia. El hecho expresado en conexión con esto, que en su maltrato de Jesús cumplió Dios lo que los profetas declaraban se había de hacer, no se reconcilia fácilmente en la filosofía humana con la aseveración de su culpa. Una vez antes había puesto Pedro en yuxtaposición estos dos hechos en conflicto; la soberanía de Dios y el libre albedrío del hombre; fue cuando dijo: "A Este, entregado por determinado consejo y providencia de Dios, prendisteis y matasteis por manos de los inicuos, crucificándole". No se puede negar que Dios hubiera predeterminado la muerte de Jesús, sino contradiciendo tanto a profetas como a apóstoles; y Pedro afirmó y tres mil que tomaron parte en lo de Pentecostés, junto con muchos esta vez, admitieron que los que lo mataron obraron con maldad lo que Dios había de antemano ordenado que se hiciera. Si hay alguien que arregle una teoría que filosóficamente reconcilie estos dos hechos, la aceptaremos con tal que la entendamos; pero si ambos hechos sin alterarse no tienen lugar en esa teoría, la habremos de rechazar. Entretanto es bien que sigamos el ejemplo de Pedro al ponerlos lado al lado, apelando a los profetas para prueba de uno, y las conciencias de sus oyentes como prueba del otro, sin que pareciera darse cuenta de que se había expuesto a dificultad. Trepar a donde hay seguridad de caer es insensatez. 

     Versículos 19 - 21. Habiendo demostrado ya la resurrección y glorificación de Jesús, junto con la culpabilidad de los que lo condenaron, el apóstol ofrece el perdón a sus oyentes según los términos prescritos en la comisión. (19) “Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados; pues que vendrán los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor. (20) y enviara a Jesucristo, que os fue antes anunciado: (21) al cual de cierto es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo.” Aquí; como en su anterior declaración de las condiciones de perdón, no hace el apóstol mención de la fe; sino que, habiéndose esforzado desde el principio de su discurso por convencer a sus oyentes, su mandato de arrepentimiento asume en sí que lo creían. Un precepto que ya se basa en argumento o testimonio, abarca siempre la suficiencia de la prueba y asume que el que oye está convencido. Además, sabia Pedro que ninguno se arrepentía por su mandato si no creía lo que él había dicho. Luego, por cada lado que se vea el caso, evidente es que procedió seguro y con naturalidad al omitir la men­ción de la fe. 

     En el precepto "arrepentíos y convertíos", la palabra convertirse expresa algo que se ha de hacer seguido del arrepentimiento; pues no sería apropiado añadir el mandato "Convertíos" si su significado se hubiera expresado con "Arrepentíos". A fin de entender propiamente las condiciones de perdón aquí prescritas, hay que determinar el valor exacto de ambos términos. 

     El concepto más común del arrepentimiento es dolor o tristeza según Dios por el pecado; pero Pablo dice que la relación del dolor según Dios para el arrepentimiento es la de causa y efecto. "El dolor según Dios", dice, "obra arrepentimiento saludable, del que no hay que arrepentirse". Además explica a los Corintios: "Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento" (2 Corintios 7:8-10). Tales expresiones muestran que la tristeza según Dios nos trae al arrepentimiento; y lo último da a entender que puede haber dolor por pecado sin arrepentimiento. La misma distinción hay en lo que se dijo a los "compungidos de corazón" en Pentecostés mandándoles que se arrepintieran. Se ilustra luego en el caso de Judas, quien lleno del más intenso dolor por el pecado, esto lo llevó, no al arrepentimiento, sino al suicidio. 

     Aclarado este hecho, que el arrepentimiento es resultado del dolor según Dios, ha llevado a ciertos críticos a suponer y enseñar que el arrepentimiento es la reforma de vida, pues ven que esto suele resultar del dolor en cuestión. Pero si la reforma es fruto del dolor por el pecado, la Escritura da evidencia clara de que es distinta del arrepentimiento. Confundir los dos términos haría del pasaje que consideramos una tautología; pues al decir Pedro: "Arrepentíos y convertíos", comprende la idea de reforma en la palabra convertirse, y si el arrepentimiento no es más que reforma, entonces lo que mandó Pedro es: "Convertíos y convertíos" (Reformaos y reformaos). Juan el Bautista al predicar: "Haced frutos dignos de arrepentimiento", hacía distinción entre el arrepentimiento y las obras de una vida reformada, pues éstas las trataba como frutos de aquél. Para él, reforma era el fruto del arrepentimiento, no su equivalente. Cuando Jesucristo habla de arrepentirse siete veces al día, debe, por cierto, querer decir algo diferente de reforma, pues para esto se requiere más tiempo. Todavía, cuando Pedro mandaba a los de Pentecostés que se arrepintieran y se bautizaran, si arrepentirse es reformarse, les habría dado tiempo para reformarse antes de ser bautizados, cosa que hizo inmediatamente. Finalmente, el vocablo original usado en conexión con proposiciones tales no se adapta a la idea de reforma. Por ejemplo en 2 Corintios 12:21 se dice: "Muchos no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y deshonestidad que han cometido". No se reforman los hombres de sus obras malas: y la preposición original "epi" no admite traducción que se adapte a la idea de reforma. 

     Ya que el arrepentimiento brota del dolor por el pecado y conduce a reforma de vida, no hay ya dificultad en indagar lo que es; pues el único resultado del dolor por el pecado que nos lleva a la reforma es un cambio del querer con referencia al pecado. El significado primario de la palabra en griego "metanoia" es un cambio de la mente; y en tal sentido se usa al decir que Esaú "no halló lugar de metenoia, aunque la procuró con lágrimas" (Hebreos 12:17). Lo que procuró con lágrimas fue cambiar la mente del padre con referencia a la bendición que ya había concedido a Jacob. El cambio que deseaba no era zafarse del pecado; Isaac no había pecado al conferir su bendición a Jacob, por lo que no debería traducirse la palabra aquí por arrepentimiento, sino por cambio de mente. Si el cambio de mente que designa la palabra no es el resultado de dolor por el pecado, sino por consideraciones de simple expediente, no es el arrepentimiento que se requiere; si no llega a la reforma de la vida por parte del arrepentido, no llega tampoco a las promesas que hace Pedro. Así el arrepentimiento bien definido es un cambio de voluntad causado por el dolor del pecado y que conduce a reforma de la vida.  

     Ahora podemos percibir más claramente que antes, que el precepto "Arrepentíos y convertíos" abarca dos cambios distintos que ocurren en el orden de las palabras. Comentando sobre esto, el Sr. Barnes dice: "Tal expresión (convertíos o sed convertidos) lleva una idea de pasividad que no se halla en el original; como si fuera lo pasivo de ser convertidos cediendo a alguna influencia extraña que hasta ahora se resiste. Pero la idea de lo pasivo no entra en el vocablo original. Propiamente la palabra significa volverse —volver de una senda por la que uno va perdido; entonces es volverse de sus pecados y abandonarlos". Tal interpretación no se disputó por los sabios competentes, ni aun se disputa hoy por nadie. Denota el término un cambia de conducta. Pero es que el cambio de conducta comenzó; se dice con propiedad que alguien se vuelve cuando ejecuta el primer acto de una vida mejor. Ahora, sucede aquí que el acto que uniformemente se mandaba al creyente arrepentido era el primero de la obediencia a Cristo, el de ser bautizado. Tal fue lo que entendieron los oyentes de Pedro esta vez; porque fue lo que se proclamaba de Pentecostés en adelante, y habían visto todos los días que se observaba. Luego, al oír: "Arrepentíos y convertíos", no podían menos que entender que habían de volverse siendo bautizados , con lo que entraban a una vida nueva y mejor. El bautismo era, pues, el acto de la conversión.  

     Podemos llegar a la misma conclusión por otra línea de razonamiento. La orden "convertíos" ocupa la misma posición que la de "bautícese cada uno de vosotros" entre el arrepentimiento y el perdón de pecados en el primer discurso de Pedro. Entonces dijo: "Arrepentíos y sed bautizados para perdón de los pecados" ; ahora dice aquí: "Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados". Apenas habrá que observar que borrar los pecados es expresión metafórica que significa su perdón, comparando la remisión de pecado con borrar algo que antes se había escrito en la pizarra. Los oyentes de Pedro, pues, al oír que les mandaba se arrepintiesen y convirtieran para obtener la misma bendición prometida cuando les mandó arrepentirse y bautizarse, no podían menos de entender que el término genérico de convertirse lo usaba con referencia especifica al bautismo; y esto, no porque las dos palabras significaran lo mismo, sino porque al bautizarse, las gentes se convertían. Tal es la doctrina que se halla en este pasaje.  

     Además del propósito primario del precepto de arrepentirse y convertirse para que sus pecados fueran borrados, otras dos consecuencias se mencionan como alicientes para obedecer: Primero, "que vendrán los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor" ; segundo, "enviará a Jesucristo, que os fue anunciado". Lo de "tiempos de refrigerio" se pone aquí donde en el primer discurso se dijo: "el don del Espíritu Santo", y la referencia es al vivificante efecto que el alma experimenta en los goces del Espíritu de Dios. Sin duda lo de enviar al Cristo se refiere a Su venida final; y todo esto dependía de su obediencia, según sabemos por declaraciones posteriores, aunque los que oían a Pedro no lo pudieron comprender por lo pronto, de un modo general como cierta parte de la obra de salvar a los hombres se ha de cumplir antes que El venga. Esto es lo que se indica con la nota restrictiva: "al cual es menester que el cielo tenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo". Es difícil determinar en este lugar el significado exacto de la palabra "restauración"; aunque lo limita la expresión "de todas las cosas que habló Dios por boca de sus santos profetas" , y en consecuencia consiste del cumplimiento de las profecías en el Antiguo Testamento, y tal observación pone por seguro que el Señor no vendrá hasta que todas esas predicciones se hayan cumplido. Es muy común para los teorizantes que creen en la salvación final de todos, citar este pasaje, aunque omiten impropiamente la cláusula final para decir sólo "la restauración de todas las cosas", para que así signifique la restauración de todas las cosas y de todos los hombres a su pureza y dicha primitivas. Tal manejo de la Palabra de Dios es doloso. 

c) Materias de predicción y de promesa. Hechos 3:22-26.

     Versículos 22 y 23. Fuera lo que fuese que se pudiera probar de la resurrección y glorificación de Jesús, un judío no estaría preparado para aceptarlo como el Mesías prometido, si la prueba no tuviera evidencia de que los hechos verificados eran temas de la profecía. Con este fin, y también con el objeto de prevenir a sus oyentes que no rechazasen lo que habían oído, Pedro introduce la bien conocida predicción de Moisés: (22) “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de vuestros hermanos, como yo: a él oiréis en todas las cosas que os hablare. (23) Y será que cualquiera alma que no oyere a aquel profeta, será cortada del pueblo.” Pedro tenía razón en aplicar tal predicción a Jesús, y esto era perfectamente evidente a todos los que habían creído lo que ya se les había dicho; pues si lo que dijo de Jesús era cierto, el parecido del que dependía la aplicación se hallaba en Jesús y en nadie más. Moisés se distinguió entre todos los demás profetas en que fue libertador y legislador. Los que le siguieron se ocuparon en hacer cumplir la ley dada por Moisés, pero no en añadirle ni quitarle. Empero Jesús era semejante a Moisés en que también vino como libertador, proponiendo una liberación mucho más gloriosa que la que efectuó Moisés y también en que dio leyes de un gobierno nuevo entre los hombres. Esto probaba que Él solo era el profeta de que Moisés habló y al auditorio demostró que al obedecer a Jesús, obedecían a Moisés, pero rechazándolo incurrían en la maldición que Moisés pronunciara

     Versículo 24. No satisfecho con presentar el testimonio de Moisés, Pedro añade la autoridad combinada de todos los profetas. (24) “Y todos los profetas desde Samuel y en adelante, todos los que han hablado, han anunciado estos días.” Tal declaración se ha de entender sólo de los profetas cuyas predicciones se registran en el Antiguo Testamento; pues sólo a éstos podía Pedro apelar ante sus oyentes. Según era común entre oradores y escritores judíos, las condiciones universales de esta observación se usaban únicamente en un sentido general; pues no se puede afirmar de un modo absoluto que todos los profetas hablaran explícitamente de "estos días", aunque tal cosa fuera cierta de los profetas en general, y Pedro fija el principio de la serie con Samuel, no porque Samuel mismo hablara de estos días, sino porque la sucesión constante comenzó con él. Es mucho muy probable que durante la exposición actual del discurso del cual es casi seguro que Lucas nos da sólo un epitome como del primero, Pedro haya citado muchas predicciones, aclarando su significado para sus oyentes. Ya el argumento del discurso está completo y una vez más probado que Jesús es el prometido Mesías, Hijo glorificado de Dios. 

     Versículos 25 y 26. Ya acabado todo esto, Pedro hace una excitativa a sus oyentes basada en la veneración que tenían para los progenitores de la nación y para la alianza que de ellos heredaron: (25) “Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. (26) A vosotros primeramente Dios, habiendo levantado a Su Hijo, le envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.” Fue tierna exhortación ésta apelando a sus sentimientos nacionales, tanto más efectiva por informarles que la bendición que se les ofrecía en Cristo era la mismísima que abarcaba la bien conocida promesa hecha a Abraham, y que a ellos primero, por su parentesco con los profetas y Abraham, había Dios enviado a Su Hijo resucitado para visitarlos con bendición antes que al resto del género humano. 

     Tenemos aquí interpretación de autoridad de la promesa hecha a Abraham. Según Pedro, se cumplió al convertir a los vivos de sus maldades. Sólo los que se convierten de sus maldades reciben la promesa antes dada; el hecho de que la bendición es para todas las tribus de la tierra no afecta esta conclusión más que al extender su aplicación a los de todas las tribus que se vuelvan de sus maldades. Tal observación final no sólo llevó a los oyentes de Pedro esta información, sino que les recordó lo que les exhortaba "convertíos", diciéndoles que Dios había mandado a Jesús para este mero propósito de convertirlos de su maldad. 

     Un incidente que aparece en el capitulo siguiente del relato fue motivo de que Pedro no concluyera su discurso. Sin duda, al habérsele permitido continuar, hubiera cerrado con una exhortación a la inmediata obediencia tal como la que dio fin a su primer sermón.

 

-Proceder al Comentario sobre el Capítulo 4 de Hechos de Apóstoles.  


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