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BRISA

¿Rodolfo Font?

“Mejor hablo de los murciélagos, que son más decentes.”

“¿Acaso no veían a Font en plena faena, pidiendo plata como desaforado, y a la gente acercándose con cheques o billetes, y soltándolos allí, sin importarles adónde irían a parar? Mejor hablo de los murciélagos, que son más decentes.”  

Artículo tomado de “El Nuevo Día, un gran periódico”,
Revista domingo
  13 de noviembre de 2005 Página 3 www.endi.com

Antes que llegue el lunes 

Mayra Montero  

“Voy a hablar de murciélagos. Pero antes tengo que referirme a una columna que escribí hace poco, en la que mencioné a un funcionario, un burócrata que debería tener la cabeza metida en un cubo, porque en medio de un desayuno con alabanzas, aleluyas y una que otra levitación seráfica –en Fortaleza, nada menos-, proclamó, a voz en cuello, que se estaba ‘descorriendo el velo entre Iglesia y Estado’.

No había pasado una semana de eso, cuando este periódico publicó una nota en la que se expresaban varios religiosos diciendo, entre otras cosas, que ‘el Estado debe guardar distancia con las iglesias’. Lo que equivale a pedir que no les toquen el velo. Hacer el ridículo así, tan gratuitamente, proclamándose –el burócrata- ‘descorreder de velos’ tiene su riesgo. Y es que a poco del desayuno estalló el escándalo, y la gente se preguntaba a santo de qué un fulano (o fulana) que instala un quiosco, le engancha una cruz en el techo y empieza a pedir diezmos, cheques, billetes de veinte –o billetes de cien, como exigía el inefable ‘Apóstol’- (se alude a Rodolfo Font, con su título ostentoso de ‘apóstol’ – HSdeÁ ) gozan de alivios contributivos, exenciones y privilegios que no tienen los pobres empleados que hacen de tripas corazón para llegar a fin de abril, mes en que rinden la planilla.

Empezaba a debatirse un asuntito delicado –eso mismo dijeron los pastores, que era ‘asunto delicado’- puesto que en Estados Unidos ya se eliminaron tales privilegios contributivos, y de nuevo recurrieron al velo, pues lo usan cuando les conviene. Así que aquel burócrata que con tanta emoción lo había querido eliminar, se queda con un palmo de narices. Los aleluyas no quieren que se menee la cosa.

¿Cuántos ‘apóstoles’ o ‘reverendas’ seguirán timando a los incautos, a cuenta de que papito Dios les habla en sueños, o en lenguas, o por telepatía? Lo de los pastores-empresarios es sólo la punta del iceberg, en mayor o menor escala es un mal extendido, y hasta ahora nadie se había atrevido a investigarlos, cuando era evidente que estaban amasando fortunas, y que de organización sin fines de lucro no tenían ni un pelo. Eso es lo peor, ese rasgarse las vestiduras como si fuera primera noticia. ¿Acaso no saben desde hace años que esa gente recibe cientos de miles, los lavan y los planchan, y los invierten como les da la gana? ¿Acaso no veían a Font en plena faena, pidiendo plata como desaforado, y a la gente acercándose con cheques o billetes, y soltándolos allí, sin importarles adónde irían a parar?

Mejor hablo de los murciélagos, que son más decentes. En la ciudad de Austin tienen un monumento al murciélago. Una escultura allí, en Congreso Avenue. Y más que una escultura, han creado toda una estructura ambiental de respeto y de curiosidad por estos animales, lo que equivale incluso a promoverlos como atractivo turístico.

Durante el verano, y hasta mediados de octubre más o menos, muchísima gente se anota al espectáculo: cientos de miles de murciélagos que salen al atardecer, desde las cuevas y desde los puentes, y que forman columnas inconcebibles, como tornados que pueden divisarse a dos millas a la redonda y que, en lo mejor de la temporada, hacia el mes agosto, alcanzan hasta los 10,000 pies de altura. Da emoción, y da gusto. No vi a nadie que les hiciera ascos. En el bar del hotal Four Seasons, un grupo de escritores que asistíamos a un festival de libros esperamos a que cayera la tarde. Mucha gente se había apostado a lo largo del río, y de pronto alguien gritó: ¡Ahí vienen!’ Salimos a la carrera y vimos acercarse a los primeros, grupos aislados que viajan a la delantera, y a los pocos segundos apareció el grueso de la tropa, nos envolvió la nube de murciélagos, miles de individuos que nos rozan pero no nos tocan, porque para eso tienen radar. Uno apenas percibe el aleteo, como ruidito metálico, ellos sí hablan en lenguas, en un idioma perfecto. No estorban, no muerden, no se enredan en el pelo como cuentan los mentirosos. Devoran los insectos, mantienen el equilibrio en esas húmedas riberas, y cuando aprieta el frío estiran las alas y vuelan a 60 millas por hora rumbo a México.

Hablé un rato con el especialista que nos contó el fenómeno. Me aseguró que les conviene a las compañías exterminadoras, de vez en cuando, crear pánico en torno a los murciélagos. Enumeró no sé cuántos embustes, fantasías, estupideces que se dicen de ellos, y encima mencionó que el veneno que alguna gente asperja en las áticos para matarlos, ha causado tantos envenenamientos en seres humanos, tantas malformaciones en recién nacidos, que en la mayoría de los estados ha quedado prohibido. Lo único que recomiendan para mantenerlos alejados de las casas es la exclusión, ciertos ardides para evitar que entren.

No es verdad que ataquen. Es mentira que lo hagan. Sólo en casos extremos, cuando los manipulan, cuando los martirizan, es posible que intenten defenderse. A veces ni eso.

Así que respiré murciélagos. Una se queda quieta y ellos pasan sin tropezar, como si nos atravesaran el cuerpo. Es una sensación tan mágica. No huelan a nada. No son un olor, sino un velo legítimo, y una brisa de Dios.”  José Luis Díaz de Villegas

 

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