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Emprendedores canalizan sus talentos a través de la madre tierra
En el Centro Florece la Montaña, Cidra, Puerto Rico, utilizan la terapia de cultivo como desahogo
Por Aurora Rivera Arguinzoni
21 NOV. 2017 - 2:34 PM
El Nuevo Día
Cidra, Puerto Rico
Cultivar la tierra y vivir de ella se convirtió en la mejor escuela y la mejor terapia para todos, incluidos parientes y mentores de los jóvenes con diversidad funcional.
Algunos de los emprendedores del Centro Florece la Montaña, en Cidra, Puerto Rico, se conocen desde niños y juntos han ganado batallas que los han preparado para lo que parece será su nueva empresa. Su base quizá no haya sido la mejor, pero el futuro para ellos luce prometedor.
Siendo apenas unos andarines, en sus primeros años académicos, solían ver películas y pintar en lugar de tomar lecciones como el resto de los alumnos. Pasaron los años y sus salones se tornaron más aburridos, eran “salones contenido” como se les llama a las aulas donde suelen ubicar a estudiantes con dificultades en el aprendizaje, según se acostumbra en el sistema público de enseñanza.
En el Departamento de Educación de Puerto Rico, principal agencia responsable del bienestar y la educación de los ciudadanos desde el preescolar hasta esa edad, nadie fue capaz de cultivar sus capacidades durante esos primeros 21 años de vida. Tales circunstancias impidieron que Crystal Rodríguez Ramos, hoy con 25 años; Geremy José Merced López, de 27; Graciela Rivera Colón, de 24, y Frances Pagán Franco, de 23, pudieran desarrollar destrezas tan elementales como autoestima, comunicación y socialización.
“Fueron niños que sufrieron mucho porque los metieron en salones contenido y después no les daban ni clases, lo que los ponían era a ver películas y a pintar, decían que no aprendían. Cuando vinieron aquí muchos de ellos casi no hablaban, a algunos los consideraban mudos”, recuerda María Teresa Ramos, madre de Crystal, durante una entrevista reciente suscitada, precisamente, por iniciativa de su hija.
Pero algo cambió cuando fue descubierta la vocación y el talento que tenían para un arte ancestral, tan antiguo como el origen mismo por la vida y el que no solo les permitió cultivar las capacidades dormidas hacía tanto tiempo, también los prepara para desarrollarse laboral y empresarialmente haciendo gala de sus destrezas sociales.
“Aquí han hablado como pericos, hay que mandarlos a callar”, dice Ramos y todos ríen. “Ahora se expresan, dicen como se sienten, socializan”, asegura.
La risa invade a los jóvenes, a sus familiares y mentores con estos comentarios, pero en el nuevo escenario sobre todo los invade la ilusión. Hace cinco años la propia Crystal no hubiese podido imaginar este panorama.
“Yo antes sufría de depresión bien severa y decía ¿qué voy a hacer? Surgió este programa y a mí me gusta sembrar. Entré. Estuve cuatro años y voy a seguir hasta que Dios quiera. Cuando siembro me siento bien y me desahogo”, comparte la conversadora joven. “Ella tiene mucho que dar, mucho conocimiento y no poder ejercer lo que le gusta le da mucha ansiedad. Su ansiedad la canaliza en la agricultura”, explica por su parte Maritza López Pedraza, supervisora del proyecto y quien asegura que en lo personal también le ha ayudado.
Cultivar la tierra y vivir de ella se convirtió en la mejor escuela y la mejor terapia para todos, incluidos parientes y mentores de los jóvenes con diversidad funcional.
“Algunos han tenido una mejoría tan grande en la parte de seguridad propia, de comunicación, personas que antes no se comunicaban ahora se comunican, personas que eran sumamente encerradas, ahora brincan, saltan y comparte muchísimo”, atestigua el agrónomo Jimmy Laverne, funcionario del Servicio de Extensión Agrícola de la Universidad de Puerto Rico, que junto al municipio de Cidra hacen posible este proyecto, según se informó.
Lo ocurrido en Florece la Montaña no es inusual, aunque raro en este país. Es amplia la literatura científica que documenta la efectividad de la llamada terapia de horticultura. En el artículo científico titulado ‘What Is the Evidence to Support the Use of Therapeutic Gardens for the Elderly?’, coescrito por nueve autores y reproducido por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, se citan numerosos estudios que han mostrado cómo este tipo terapia ayuda a “reducir el dolor, mejorar la atención, disminuir el estrés, modular la agitación, reducir la cantidad de medicamentos requeridos, antisicóticos y reducir caídas”.
Pero como si eso no fuera suficiente, en el caso objeto de este escrito, los beneficios a la salud no han sido todo para el equipo de trabajo.
“Van a ferias agrícolas, ponemos carpa, ellos saben toda la operación de un negocio: uno cobra, el otro atiende al público, anuncian el producto. La parte educativa incluye venta. Las personas con discapacidad tienen un espacio en la agricultura, en la producción de alimentos, que aun si estuvieran en un sillón de ruedas o con síndrome de Down, aquí van desarrollándose y llegan a adquirir destrezas que eventualmente hacen muy bien y pudieran emplearse en algún jardín o finca, como también crear su negocio. Ya algunos de ellos están trabajando en fincas, algunos tienen sus proyectos de siembra en la casa y yo los visito”, revela Laverne.
Indica que en el centro tienen un sistema de cultivo hidropónico que produce 800 plantas de lechuga al mes, generando $800 consistentemente. Además, con las mismas plantas que cosechan hacen sofrito artesanal que venden.
“En estos momentos somos autosuficientes. Al final del año, del dinero que se recauda, se le da un incentivo a ellos, depende de lo que se haya vendido”, afirma López Pedraza.
¿Qué les depara el futuro a estos emprendedores? Imposible saber, pero para ellos es fácil imaginar un prometedor proyecto empresarial que se convierta en modelo para otras comunidades de personas con diversidad funcional.
“Nos gustaría invitar a cualquier agencia que nos pueda ofrecer ayudar, ya sea en semillas, o de la manera en que puedan, para ayudar a desarrollar el centro un poquito más”, culminó esperanzado López Pedraza.
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