Las ARPAS de

Apocalipsis

 

 

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Una visualización concreta de los "ancianos" que "tenían arpas".

Por Ted Larson. Derechos reservados.

Habiendo “arpas de Dios” en el cielo, ¿sería correcto deducir

que Dios apruebe instrumentos musicales

para el culto de la iglesia en la tierra? 

 

“Arpas” aparecen en los siguientes

textos de Apocalipsis

 

Apocalipsis 5:8

Los veinticuatro ancianos 

“Todos tenían arpas, y copas de oro

 llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”.

Apocalipsis 14:2

Los ciento cuarenta y cuatro mil

“Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas,

y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí

era como de arpistas que tocaban sus arpas”.

Apocalipsis 15:2

Los mártires elevados a la presencia de Cristo:

“Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego;

 y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia

y su imagen, y su marca y el número de su nombre,

en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios.

 

 

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Iglesia de los Hermanos (Church of the Brethren), Morgantown, West Virginia. 

Cuatro arpas de distintas configuraciones se ven en esta fotografía.

¿Son de esta categoría "las arpas de Dios" en el cielo?

¿O acaso sean simbólicas?  

 

El argumento a favor de instrumentos de música en la iglesia, fundamentado en las arpas de Apocalipsis, se expresa más o menos de la siguiente manera:

Ya que Dios tiene arpas que se tocan en el cielo, a la iglesia en la tierra se le confiere, por inferencia, autoridad para tocar instrumentos de música en culto a él. Si al Soberano Dios le agradan las arpas, teniéndolas en su morada, ¿con qué razón prohibir a los cristianos en la tierra el uso de instrumentos de música en la vida y adoración de la iglesia? Al Dios permitir el uso de instrumentos de música en el cielo, él establece una norma o precedente para sus criaturas. La iglesia sigue la norma o el precedente establecido por él, tocando instrumentos de música en la tierra.

A primera vista, esta argumentación parece ser muy lógica, quizá aun irrebatible. Analicémosla desapasionadamente.

 

 

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Análisis de la argumentación

 

A. En primer lugar, preguntamos: ¿Rige en el cielo la misma ley o testamento espiritual que está en vigor en la tierra? Todo obrero que “usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15) sabe que el Nuevo Testamento rige a la iglesia en la tierra (Hebreos 1:1-2; 7:12; 8:6-13, y numerosos textos parecidos). ¿También está este mismo Testamento en vigor en el cielo para los ángeles y todos los demás seres celestiales?

Negativo. La simple consideración de unos mandamientos básicos del Nuevo Testamento sostiene nuestra respuesta.

En el cielo, ¿se bautizan los seres allá en agua literal“para perdón de los pecados”, conforme a la enseñanza de Hechos 2:37-47 y el ejemplo del etíope en Hechos 8:26-40? Desde luego, que no.

En el cielo, ¿celebran la Cena del Señor el primer día de cada semana con elementos literales, es decir, con panes sin levadura y el jugo de la uva literales?

¿Ofrendan dinero o bienes materiales? ¿Predican? ¿Evangelizan?

Para la iglesia en la tierra, el “régimen nuevo del Espíritu” está en vigor (Romanos 7:1-6). Pero, otro régimen para otra esfera poblada de seres celestiales será el que esté en vigor en el cielo. Hagan, pues, lo que hagan los ángeles y demás seres allá, en aquella esfera, los cristianos hemos de someterse al Nuevo Testamento vigente en el planeta Tierra durante toda la Era Cristiana. 

Así que, si el Nuevo Testamento desautoriza el uso de instrumentos musicales en culto a Dios, los cristianos fieles en la tierra no deberíamos tocarlos, aunque tocaran los seres en el cielo arpas literales de madera y cuerdas. Conforme a los estudios muy detallados y debidamente documentados sobre la música enseñada en el Nuevo Testamento, que constituyen los primeros cinco temas de la serie Música cristiana contemporánea, tradicional o bíblica: La cuestión del uso de instrumentos de música en culto a Dios, el Nuevo Testamento autoriza solo la música a capela. Por consiguiente, sea la música allá en el cielo cual sea, la iglesia en la tierra está obligada a usar solo la música a capela, así acatando la voluntad precisa de Dios para su pueblo en la tierra en lo concerniente a la música, sin alterarla en ningún punto.

¿Rige en el cielo el “antiguo pacto” dado, mediante Moisés, en el monte Sinaí? Allá, en el cielo, ¿existe un altar literal sobre el que ofrezcan holocaustos literales a la manera del pueblo de Israel gobernado por aquel pacto de Sinaí? ¿Diezman? ¿Guardan el séptimo día? ¿Se circuncidan? Siquiera plantearlo suena absurdo.

Cae de la mata que ningún pacto hecho por Dios con pueblos en la tierra estará en vigor en la Tierra nueva, con Cielos nuevos, ni en “la ciudad de Dios, Jerusalén la celestial” proyectada para “el mundo venidero”.

B. En segundo lugar, al escrutar el libro de Apocalipsis, observamos que no todo lo que hay en el cielo, según los riquísimos escenarios del libro, tiene su contraparte literal en la iglesia en la tierra. Consideremos algunos ejemplos.

1. “Coronas de oro”“veinticuatro tronos” y “copas de oro llenas de incienso”.

Los veinticuatro ancianos que aparecen en el preámbulo a la abertura de los Siete Sellos, visten “coronas de oro” y se sientan sobre “veinticuatro tronos” (Apocalipsis 4:4)  teniendo no solo “arpas” sino también “copas de oro llenas de incienso” (Apocalipsis 5:8).

¿Sería lógico razonar que, por lo tanto, el ejemplo de los veinticuatro ancianos asienta precedente para los ancianos de las iglesias en la tierra (Hechos 14:23), efectivamente, autorizándoles  a vestir coronas de oro y sentarse sobre tronos? ¿A presentarse ante las congregaciones con copas de oro llenas de incienso? ¿Y también con arpas? ¡Absolutamente, que no!

Consideremos. Las “copas de oro llenas de incienso” son “las oraciones de los santos” (Apocalipsis 5:8). Las “coronas de oro” y los “tronos” pertenecen a los mártires resucitados y glorificados (Apocalipsis 20:4; 5:8-11), y no a los administradores terrenales de las congregaciones, los que siguen luchando su salvación. No teniendo, pues, las “coronas de oro”, los “veinticuatro tronos” o las “copas de oro llenas de incienso” su contraparte material en la iglesia en la tierra, ¿con qué lógica postular que las “arpas” tuvieran la suya?

Al parecer, los prelados católicos romanos hayan intentado reproducir en la tierra cosas que pertenecen solo al cielo. Se sientan sobre “tronos” (el “trono papal”, “tronos episcopales”). Visten coronas de piedras preciosas. También utilizan copas de oro e incienso en sus cultos. ¡Cuán lejos se han extraviado del patrón del Nuevo Testamento para el “reino de Dios” que “no es de este mundo” (Juan 18:36)! ¡Del modelo ideal para siervos del Señor presentado en el Nuevo Testamento! Ya se han recompensado a sí mismos, material y terrenalmente. ¿Qué recompensa celestial podrían esperar? “…ya tienen su recompensa”, apunta el Señor Jesús (Mateo 6:2-5).

2. “Altar de oro”“incensario de oro”“mucho incienso” y el “fuego del altar”

“Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el ángel tomó el incensario y lo llenó del fuego del altar…” (Apocalipsis 8:3). Por lo tanto, las iglesias en la tierra, ¿están autorizadas a tener en sus lugares de reunión altares de oro, con fuego, incensarios de oro y mucho incienso porque se nos informa, en las visiones de Apocalipsis, que existen en el cielo?

¡Negativo! Toda iglesia espiritual, regida por el Nuevo Testamento, comprende que el lenguaje apocalíptico es altamente metafórico, y más importante aún, que el uso de aquellas cosas en el cielo no tiene que ver con el culto de la iglesia en la tierra. Se utilizan más bien en escenarios cuyo enfoque principal es el de venganzas y castigos divinos. “Y el ángel tomó el incensario y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra, y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto (Apocalipsis 8:5).

La iglesia espiritual de Jesucristo jamás se venga a sí misma, dejando al Creador y Juez cualquier represalia o castigo, siguiendo de esta manera la instrucción divina de Romanos 12:19-20.

Así que, de la manera que la iglesia espiritual no incorpora en su lugar de reunión altares, incensarios de oro, fuego, incienso, etcétera, tampoco introduce arpas, pese a la existencia de todas estas cosas, tengan la sustancia o forma que tengan, en el cielo.

Pidiendo disculpas por la redundancia, cinco cosas estamos contemplando “en el cielo”, a saber: (1) “el altar de oro”, (2) “un incensario de oro”, (3) “mucho incienso”, (4) el “fuego del altar” y (5) “las arpas de Dios”. Pues bien, la misma línea de argumentación que pretende justificar el uso de instrumentos de música en la iglesia porque existen “las arpas de Dios” en el cielo, se prestaría para justificar tener también las restantes cuatro cosas en la iglesia.

3. “Templo del tabernáculo del testimonio”“el arca de su pacto”“la nueva Jerusalén”, con sus “doce cimientos”.

“Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio” (Apocalipsis 15:5). Por encontrarse “en el cielo” este “templo del tabernáculo del testimonio”, ¿estaría la iglesia en la tierra autorizada, por inferencia, a levantar un “templo del tabernáculo del testimonio” en algún lugar terrenal? A quien respondiera que sí, le correspondería contestar otras preguntas relevantes tales como:

¿De qué materiales está fabricado aquel “templo del tabernáculo del testimonio” celestial?

¿De materiales idénticos con los que se encuentran en la tierra?

¿Se le autorizaría a la iglesia en la tierra a levantar un solo “templo del tabernáculo del testimonio”, más de uno?

a) Personalmente, pienso que el cristiano espiritual y entendido, conocedor de la naturaleza espiritual de la iglesia, comprendería que la existencia de tal “templo del tabernáculo del testimonio” en el cielo, tenga la sustancia o forma que tenga, no significa, de modo alguno, que la iglesia en la tierra cuente con el permiso divino de edificar en este planeta algún “templo” material singular, céntrico y único para todos los cristianos.

(1) Sabría que en aquel “templo de Dios… en el cielo” se halla “el arca de su pacto” (Apocalipsis 11:11), mueble que ni siquiera atañe a la iglesia gobernada por el Nuevo Testamento. Deduciría que en la iglesia en la tierra no podría haber ningún artefacto que fuera la contraparte de aquel “arca”.

(2) Entendería que en las visiones apocalípticas donde aparecen cosas celestiales también las hay que representan, simbólicamente, algunas relacionadas con la iglesia. Por ejemplo, los “doce cimientos” de “la nueva Jerusalén”“y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Apocalipsis 21:14). ¿Edificaremos, pues, los cristianos en la tierra una ciudad material, con doce cimientos, que fuese la contraparte de aquella “nueva Jerusalén”?

¡Ni pensarlo! “Mi reino no es de aquí”, explicó Cristo al gobernador romano Pilato. Los cristianos espirituales en la tierra esperan, al igual que Abraham, “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:8-16). Es decir, esperan “la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial” (Hebreos 12:22), y no terrenal.

b) Repitiendo: cuatro cosas estamos mirando “en el cielo”, a saber: (1) el “templo del tabernáculo del testimonio”, (2) “el arca de su pacto”, (3) “la nueva Jerusalén”, con sus “doce cimientos” y (4) “las arpas de Dios”. La misma línea de argumentación que se desarrolla para justificar el uso de instrumentos de música en la iglesia porque existen “las arpas de Dios” en el cielo, se prestaría para justificar a cualquier iglesia intentar reproducir materialmente las restantes tres.

C. “…las arpas de Dios” en el cielo, ¿están fabricadas de componentes materiales? ¿Parecidas a las que tocaban los judíos en el siglo I? ¿Hechas de madera y con cuerdas de tejidos animales?

Entre las razones para dudar de que sean hechas aquellas arpas de piezas materiales planteamos la siguiente: que, hasta dónde alcance nuestro limitado entendimiento, todo allá en las regiones celestiales de Dios, posee una naturaleza distinta a la del universo material, a saber: una naturaleza ESPIRITUAL. Veamos: seres espirituales en cuerpos espirituales que habitan una esfera espiritual, cuya verdadera esencia y apariencia no las podemos saber en esta vida. Efectivamente, esto lo confirme lo que enseña el apóstol Juan. Dice: 

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es.” O sea, el cuerpo glorificado de Cristo es totalmente diferente al cuerpo físico nuestro, verdad también puesta de relieve en Filipenses 3:21.

Reflexionando sobre esta verdad, razonamos que los objetos encontrados en aquella esfera celestial, incluso “las arpas”, tampoco tendrían la misma naturaleza material que tienen los que se conocen en la tierra.

Lo cierto es que ningún ser humano puede asegurar, categóricamente, su verdadera naturaleza, pues, se trata, sin duda, de una esfera diferente a la nuestra.

“…un espíritu no tiene carne ni huesos”, explica Jesucristo a sus apóstoles (Lucas 24:39). La sustancia, forma o apariencia que tenga el espíritu no lo sabremos hasta no recibir nosotros mismos, los cristianos fieles al Señor hasta el fin de nuestro peregrinaje terrenal, el nuevo “cuerpo espiritual” glorificado(1 Juan 3:2; 1 Corintios 15:40-44). “…ESPIRITUAL”, y no “animal”.

Hasta no llegar al cielo, no podremos saber ni apreciar la sustancia, forma o apariencia de los seres en el cielo -de Dios el Padre, el Cristo glorificado, el Espíritu Santo y los ángeles. Tampoco las de lugares o entornos celestiales -la tierra nueva con cielos nuevos, la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, los tronos de la Deidad, etcétera.

D. Una “voz del cielo… como de arpistas que tocaban sus arpas”“Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas” (Apocalipsis 14:2).

Esta “voz del cielo” es la del tremendo coro celestial compuesto de los ciento cuarenta y cuatro redimidos de Israel. De estos no se dice que tocaran arpas, sino que el sonido de su “cántico nuevo” era como de arpistas que tocaban sus arpas”. Se trata, pues, de una comparación.

Bien pudiera argumentarse que esta comparación de la “voz del cielo” con “arpistas que tocaban sus arpas” implique la aprobación de tocar arpas. No discrepamos, con la siguiente salvedad: que se trataría específicamente de “las arpas de Dios” en el cielo, cualquiera sea su diseño o sustancia, y de tocarlas los que tuvieran derecho de hacerlo sobre “el mar de vidrio mezclado con fuego” (Apocalipsis 15:2-4), alrededor del “trono establecido en el cielo” (Apocalipsis 4:2-6), acertadamente; los “mártires de Jesús” resucitados y glorificados. Todo lo explicado anteriormente, en las Partidas A y B, sobre “regir el Nuevo Testamento a la iglesia en la tierra” y “no tener todo lo que hay en el cielo su contraparte en la iglesia en la tierra”, es aplicable a las “arpas” mentadas en Apocalipsis 14:2.

E. “Las arpas de Dios” , ¿pero, “las baterías de Dios”, el “band de Dios”, el “conjunto celestial de Dios” “las orquestas de Dios”? Pues bien, lo que sé a ciencia cierta es que solo se mencionan “arpas” en los tres pasajes que estamos analizando.

En cuanto a “cantar”, los ciento cuarenta y cuatro mil cantaban un cántico nuevo delante del trono” que solo ellos podían aprender (Apocalipsis 14:3). Y los mártires glorificados, parados “sobre el mar de vidrio mezclado con fuego”cantan el cántico de Moisés… y el cántico del Cordero”, cuyas palabras se registran en Apocalipsis 15:3-4. El que Dios permita que se toquen y canten en el cielo la bachata, el merengue, la salsa, el mariachi, el rap o el rock, todos estos estilos de música seguidos por la palabra “cristiano”, pues, juzgue usted, amado estudioso de la naturaleza y voluntad divina, a la luz del texto bíblico, sin añadiduras o especulaciones humanas, y a la luz de todos los estudios sobre la Música cristiana disponibles para su escrutinio imparcial.

1. Doy mi humilde parecer: que “las arpas de Dios” y los cánticos celestiales representen una música etérea creada por el propio Dios, jamás escuchada o soñada por ser humano alguno, quizás con la excepción del apóstol Juan que la escuchara en las visiones apocalípticas. Una bellísima música armoniosa con aquella esfera celestial. A tono con aquella dimensión espiritual. Composición de Dios, y por consiguiente, no contaminada por invenciones humanas tales como los instrumentos de música hechos en la tierra, ni ritmos o versos nacidos de pasiones inflamadas por deseos carnales de gente pecaminosa.

2. Tres magníficas comparaciones me ayudan a apreciar, aunque sea en una pequeña medida, la gloria incomparable de la música celestial. Se encuentran en Apocalipsis 14:2. La “voz de cielo” del gran coro de ciento cuarenta y cuatro mil voces, era “como…

a) “…estruendo de muchas aguas…”. Es decir, como el bramido del mar embravecido, como el sonoro y resonante trueno de grandes olas cuando se lanzan sobre las playas o contra las costas rocosas, como el estruendo de anchas y altas cataratas, como el rugir de un gran río de aguas tumultuosas. Estruendosa la voz del gran coro de ciento cuarenta y cuatro mil, pero bellísima, llenando, impresionando grandemente con sus crescendos increíbles, arias, contrapuntos, ritmos y escalas variadas que corran, brinquen y salten, agradando como ninguna otra voz pudiera.

b) “…sonido de un gran trueno…”. Que retumba por los cielos, escuchándose a través de extensos espacios, subiendo, bajando, cambiando de volumen, de tono, de matices armónicas, siguiendo por buen rato, casi perdiéndose en la lejanía, recobrando poder, continuando hasta que se hagan escuchar otras voces.

c) “...como arpistas que tocaban sus arpas”. Melodiosa, con notas muy claras. No de una sola arpa, en un solo lugar, qué conste, sino de miles y decenas de miles tocadas en las vastas expansiones de los cielos de Dios. Miles y decenas de miles de cuerdas rasgueadas simultáneamente, al unísono, en absoluta armonía, sin una nota discordante.

3. Mi espíritu anhela el día cuando pueda escuchar tal música “nueva”, la música de Dios, la música del cielo. Y no solo escucharla sino ¡también participar personalmente en su realización!

F. En sentido figurado, diríase que, en la actualidad, Dios tiene “arpas” en su iglesia en la tierra. Me refiero a las voces de los cristianos que cantan alabanzas de todo corazón, con absoluta sinceridad, alabando “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24).

Al fin y al cabo, la voz del ser humano es obra de Dios, creación asombrosa de Dios. Nuestras dos cuerdas vocales –solo dos, amado lector, y no cuatro, seis, diez o veinte- diseñadas por Dios mismo, de carne viva, y no de los tejidos de algún animal muerto, como tampoco de alambre o de plástico, pueden producir la música más bella del universo material. Más bella que cualquier instrumento de música.

Unidas las voces de los cristianos fieles en alabanzas espirituales, ¡cuán bellas se escuchan! La música espiritual así producida conmueve, edifica y llena de gozo, el gozo que da Dios, transformándose en gozo eterno al recibir el fiel su nuevo “cuerpo espiritual”. Entrando, pues, a su celestial hogar, tendrá el cristiano coronado de inmortalidad la incomparable dicha de unir su voz a la de los ángeles y demás seres allá en la gloria.

E. Conclusión. Tomando en cuenta todos estos hechos y consideraciones, nuestra convicción es que las referencias a “las arpas de Dios” en Apocalipsis no se deberían tomar como evidencia que justifique el uso de instrumentos de música en la iglesia aquí en la tierra.

Efectivamente, los tres textos apocalípticos donde se mencionan “arpas” no contradicen los textos del Nuevo Testamento que autorizan solo la música a capela en la iglesia.

 

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