Miguel

Su búsqueda de una vida mejor

 


 

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El día 5 de junio, Miguel, habiendo terminado doce años de escuela, se puso la toga, y junto con los otros treinta y cinco alumnos de su clase, participó alegremente en la ceremonia de graduación. También en la fogosa fiesta celebrada después.

Disfrutaba de la vida, aquel joven simpático de dieciocho años de edad. Preguntado lo que más le gustaba, respondió que los deportes, y sonriéndose sanamente, añadió: “Desde luego, ¡también las muchachas bonitas!”

Sin embargo, Miguel no era, como sus parientes y amigos se daban cuenta, un muchacho chiflado, despistado, plástico, totalmente egoísta; ni tampoco era amante de vicios, pese a sus deslices ocasionales. A veces, lo notaban pensativo, hasta preocupado.

De hecho, solía reflexionar a menudo sobre temas serios, pues a través de sus estudios, y particularmente por medio de noticias o documentarios encontrados en el Internet, transmitidos por televisión o publicados en revistas y periódicos, se creaba en él conciencia de un mundo lleno de injusticias, opresión, explotación, conflictos, necesidades, sufrimiento, tragedias, violencia.

Decía para sus adentros: “Entre las gentes de la tierra, hay muchos pobres que sufren a manos de los pudientes, viviendo en miseria, malnutridos, mal vestidos. Tantos hombres duros que explotan, sin misericordia, a quienes puedan. Tantos delincuentes y criminales que gran parte de la población, particularmente en las ciudades, vive amedrentada. Tanto egoísmo”.

Tres meses después de graduarse, Miguel ingresó en una universidad popular de su país. Pronto descubrió que un buen número de los estudiantes compartía sus preocupaciones sobre las pésimas condiciones mundiales de la humanidad.

Poco a poco, comenzó a participar con ellos en tertulias largas que solían girar en torno a la naturaleza de los males sociales comunes y cómo remediarlos.

Adentrándose cada vez más en tales materias, sentía que creciera su indignación.

Andando el tiempo, se encendió en su corazón el deseo de luchar para talar las injusticias flagrantes que percibía, especialmente en los sistemas políticos-económicos establecidos entre las gentes del hemisferio occidental.

La mayoría de sus correligionarios consentía en que era urgentemente necesario pregonar las convicciones que tenían más o menos en común, siendo el consenso que la política era el medio más indicado. 

Miguel se convierte en político

 

No encontrando ninguna alternativa más prometedora, Miguel se entregó, de cuerpo, mente y espíritu, a la política activa. En mítines y mediante la repartición de panfletos, manifestaba, a viva voz, sus inquietudes, exponía abusos y crímenes sociales, censuraba abiertamente a los que tenía por culpables y proponía cambios que, al efectuarse, crearían un mundo mejor, según sus ilusiones.

Ahora su vida tenía propósito y significado. Ahora tenía valor.

Ya que dedicaba casi más tiempo a la política que a los estudios, sus calificaciones eran mediocres, pero se justificaba explicando que luchaba para el bien de la humanidad.

A los veintidós años de edad, Miguel se gradúa de la universidad y consigue empleo. Teniendo veinticuatro años de edad, se casa con Marta. Un año y seis meses después, a esta pareja le nace un hijito, Miguel Ramón.

El padre, mirando con orgullo a su nuevo vástago, a veces se preguntaba: “Y cuando mi hijo tenga veinte años de edad, ¿cómo estará este mundo nuestro? ¿Qué ambiente moral-social-político-material imperará de hoy en veinte años?”

Siete años han pasado desde aquel día cuando Miguel ingresara en la universidad. Siete años de lucha. Se ha sumido en la vida política. Ha oído infinidad de discursos, observado la conducta de los demás políticos y examinado las plataformas, como también las prácticas actuales de los distintos partidos.

Poco a poco, ha llegado a algunas conclusiones, para él, sumamente desconcertantes.

Ahora, está creyendo que en todos los movimientos políticos haya grandes fallas, pues ha visto que emplean tácticas cuestionables para llegar al poder, hacen promesas huecas a granel y se valen de subterfugios, disimulaciones, encubrimientos, malversación de fondos, contabilidad deshonesta, apropiación personal de fondos y aun del soborno, para lograr sus propósitos.

Se convence de que la mayoría de los líderes no busca desinteresadamente el bienestar del pueblo sino poder personal, aclamaciones del público y sobretodo acaparar cuanto beneficio y ventaja material a su alcance para su enriquecimiento propio.

Hasta entre los que afirman enérgicamente estar a favor de los pobres no faltan individuos agresivos y muy decididos, cuya meta es, conforme a sus declamaciones y acciones, implementar sus agendas con vara de hierro, siempre y cuando puedan.

Alcanzando tener todo el poderío que codician, también explotarían y oprimirían, piensa Miguel, a las clases pobres, aun a la clase media. Si bien hay, entre ellos, muchos que desearían usar medios pacíficos para erradicar males e imponer un nuevo orden, no faltan quienes favorezcan confrontaciones físicas violentas como medidas necesarias, según postulan, para sacudir al poblacho o sacar del poder a políticos, líderes cívicos, educadores, administradores de grandes empresas, oficiales de colectivos obreros, etcétera, cuyas personas o posiciones desaprueben.

Frecuentemente, Miguel se acordaba con angustia de lo que ocurrió tres años atrás cuando cuatro de sus correligionarios pusieron una bomba de tiempo, profesionalmente elaborada, en el edificio de una agencia de gobierno cuyas pólizas y acciones eran, al parecer de ellos, perjudiciales en extremo. El saldo de la explosión era tres personas muertas y ocho heridas -¡empleados que solo hacían lo que se les ordenaba!

Algunos de sus compañeros disertaban con lógica persuasiva en defensa de la violencia, pero en su interior el sentido común le decía, aun en aquel tiempo, que la violencia solo engendra, no la tranquilidad que anhelaba su espíritu, sino todavía más violencia.

¡Qué desilusión tan grande! ¡Tanta esperanza puesta en la política!

Ahora, guiado por su análisis personal, contemplaba dos extremos dañinos y terriblemente peligrosos en el ámbito político-social del mundo, a saber:

Por un lado, en muchos países, una libertad que se degeneraba con asombrosa celeridad, convirtiéndose en puro libertinaje y anarquía social-moral.

Por otro lado, algunas sociedades con poderes tan centralizados, absolutos e intransigentes que el individuo perdía prácticamente todos sus derechos y libertades, hasta su dignidad de ser humano.

Ya.... ya Miguel no confía en ningún movimiento político, habiendo llegado a la conclusión de que, por sublimes que sean sus ideales, jamás podrán crear el mundo mejor, más justo, más equitativo, más equilibrado, libre de hambre, discriminación y violencia, que él desea fervientemente ver hacerse realidad antes de que muera. 

Su vida toma otro rumbo

 

Miguel no se retira del todo de la política, pero decide quitarse de encima los pesados problemas del mundo y disfrutar más de la vida. Ya no está dispuesto a afanarse tanto, ni sacrificarse por cualquier partido. Aprende a relajarse más y a divertirse con su familia, vecinos y compañeros de trabajo.

Durante los años de intensa actividad político, no había progresado mucho en su empleo, pues conceptuaba su trabajo como solo una tarea necesaria para ganar el pan de cada día. Ahora se dedica con más ahínco a su trabajo. Quiere ocupar puestos más altos en la compañía. Necesita más dinero para sufragar los gastos de los pasatiempos y fiestas que le agradan cada vez más.

A los treinta y dos años de edad, Miguel se encuentra sumergido en la vida familiar y social. Le agrada muchísimo. Ya estaban desapareciendo de sus pensamientos el pesimismo y el fatalismo que le atormentaban en aquellos días cuando se sentía tan desilusionado con la política.

Ahora lo más importante para él es su esposa y tres hijos (ya es padre de dos varones y una hembra).

Los fines de semana los pasa en fiestas con familiares y amigos. Van al hipódromo, a juegos de pelota, al cine, al circo cuando se presenta en la ciudad, a parques de recreo, a espectáculos musicales, etcétera. Pasean por los campos.

A veces, Miguel se las arregla para acompañar a un amigo íntimo a ciertos clubes nocturnos y barras. ¡Esta es la vida! ¡Mucha comida y bebida! ¡Muchos amigos! ¡Muchas cosas que alegran at alma!

Aun así, de cuando en cuando, el Sr. Miguel experimenta sensaciones emocionales extrañas que le perturban bastante. Trabaja y fiestea, come y bebe, baila y juega, cuenta chistes y se ríe con los demás.

Mas, sin embargo, en momentos de lucidez desnuda, oye la voz callada de una conciencia sensible que le dice: “¡Qué vida más egoísta e infructífera la tuya! ¡Carente de valores verdaderos, y tú lo sabes!”

Entonces, se siente vacío, triste, impotente ante las fuerzas sociales que amoldan su vida.

No logra acallar esa voz molestosa, ni aun a fuerza de tragos.

En ocasiones, para consternación suya, ¡le habla aun en medio de alguna fiesta bien avivada!

Y no faltan momentos, por fugaces que sean, cuando Miguel, sintiéndose desorientado, disgustado consigo mismo y no poco deprimido, piensa que mejor le hubiera sido no haber nacido que sufrir tantos altibajos emotivos, tantos conflictos mentales y desengaños sin fin.

De nuevo, la vida está perdiendo el sabor.

Teniendo Miguel treinta y cinco años de edad, su amigo Guillermo, hombre fornido y jocoso, muere, el sábado a eso de las 3 de la madrugada, en un cruento accidente automovilístico. Había estado tomando en la taberna “EL Paraíso”. “¡Nombre más incongruente!”, reflexionaba Miguel. “Más acertado llamarla “La Muerte”.

Hacía tres años, Jorge, hermano mayor de Miguel, y Luz María se habían divorciado, traumático acontecimiento que afectó a toda la familia, y máximo porque tenían cuatro hijos grandes.

Para colmo, los médicos aseguraban que el suegro de Miguel tenía cáncer de la garganta. Había fumado toda la vida.

Enfermedades, tragedias, problemas, malas noticias. Pero, la vida, dicen, "¡hay que vivirla!". Así que, ¡a trabajar! Y ¡muchas diversiones, muchas fiestas y mucho licor para que la podamos soportar sin volvernos locos!

Este remedio Miguel, en lo más profundo de su corazón, ya lo estaba rechazando. No le satisfacía. Lo consideraba demasiado superficial, irreal, hasta infantil.

Necesitaba un fundamento más seguro para su vida. Unas normas y valores que la dieran dirección y verdadero significado.

Además, no había podido borrar totalmente de su mente el cuadro de un mundo lleno de hambrientos, oprimidos y explotados, lleno de hombres injustos y avaros, lleno de armas bélicas y pueblos enemistados. 

Miguel descubre una vida que vale la pena

 

Impulsado por sus inquietudes, Miguel comenzó a leer libros de filosofía y metafísica. Llegó, incluso, a interesarse un poco en las teorías políticas-económicas-filosóficas de Gandhi y dos o tres más orientales de renombre. Encontró muchas ideas interesantes y meritorias, pero no le llenaban, no le convencían.

El día 5 de abril, en horas de la noche, Miguel, teniendo treinta y ocho años de edad, tomó entre sus manos un libro de forro negro que su esposa, Marta, trajo, entre las cosas de su dote, al hogar. Desde hacía unos dieciocho años, Miguel no había sido hombre religioso, ni pensaba serlo ahora, pero, ya que leía otros libros y estudiaba otros personajes, decidió ojear también por lo menos una parte de la Biblia y conocer quizás mejor a aquel judío Jesús que decía ser el “Hijo de Dios”.

Cuando niño, su madre le había llevado a misa. Pero, durante su primer año en la universidad, Miguel empezó a ver en la iglesia los mismos elementos de injusticia y represión que reprochaba en el mundo –una jerarquía religiosa fuerte, la cual él comenzó a calificar de “opresora” en múltiples aspectos. Veía, indignado, cómo los oficiales eclesiásticos explotaban, a menudo y de muchas maneras, a los feligreses. Pese a sus votos, daban muchas evidencias, analizaba Miguel, de ser bastante materialistas, siendo, muchos de ellos, amantes de vinos finos, comidas ricas, la compañía de ricos y poderosos; amantes de pompa y poder, incluso, el poder político o secular. Pero, lo más vergonzoso e insoportable era la pasión por el sexo que llevaba a muchos de ellos a cometer actos indecibles, pues Miguel sabía que no pocos eran homosexuales, pederastas, adúlteros, fornicarios.

Se apartó de la iglesia. Pese a esta experiencia negativa con la religión, determinó escudriñar la vida de Jesús con el propósito de averiguar por qué aquel hombre había influido tanto en el mundo.

Acordándose de que en las misas hablaban a menudo del evangelio según el apóstol Mateo, buscó dicho libro y comenzó a leer. A eso de las dos de la madrugada, Marta, despertándose de repente y encontrándose sola en la cama, llama a Miguel, preguntándole que si iba a pasar la noche entera leyendo. Para asombro suyo, Miguel había leído todo el libro de Mateo, deteniéndose para meditar en los puntos que más le llamaban la atención.

Durante los próximos días, seguía leyendo ese libro de cubierta negra. Fascinado, estupefacto, pensaba: “Pero, esta no es la misma enseñanza que oía yo en la iglesia. Parecida, tal vez en algunos puntos, pero ¡muy diferente!”

Meditando y razonando sobre lo que leía, decía una noche a su esposa: “Mi amor, si todos los hombres se dejaran guiar por los principios sociales y morales asentados en este libro, se resolverían, en un dos por tres, la mayoría de sus problemas. Consideremos, por ejemplo, el hambre. ¿Sabes lo que Dios enseña?

‘Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma’ (2 Tesalonicenses 3:10).

Diligencia, pues, en el trabajo! ¡Qué seamos todos cumplidores y responsables! Cariño, ¡eso es lo que le hace falta al mundo! Y, ¡caridad! ¡Verdadera caridad y compasión! Mira lo que dice aquí en otra página:

Trabaje...para que tenga que compartir con él que padece necesidad’ (Efesios 4:28).

"Pues, ¿te das cuenta? Siguiendo esta directriz, los que tienen abundancia siempre socorrerían a los que padecieran hambre.”

Días más tarde, habiendo leído otras porciones de la Biblia, Miguel aborda de nuevo con su esposa, Marta, algunas enseñanzas que le impactaban. Dice:

“Amor, he encontrado que Jesucristo limpió todos los alimentos. Eso es lo que dice San Marcos 7:18-19, y leyendo los escritos de San Pablo, encontré la misma enseñanza en una carta que él escribió a Timoteo (1 Timoteo 4:3-5). Pues bien, piénsalo: si todas aquellas muchedumbres del oriente, por ejemplo, de la India, la China, Bangladesh, Camboya, Vietnam, etcétera, fueran seguidores de Jesucristo, a lo mejor ¡no pasaran tanta hambre! Dejarían de tener a las vacas, los monos, y quién sabe cuántos animales más, como sagrados. Entonces, podrían aprovechar las carnes de tales animales para aliviar la malnutrición y el hambre. Ya no estarían esclavizadas a supersticiones que las han privado de salud, aun de la vida misma. Sabrían aprovechar mejor sus terrenos, conservar sus cosechas y valerse de sus vastos recursos para lograr mejor calidad de vida material.”

En otra ocasión, comenta a su esposa:

“Marta, tú sabes lo mucho que hemos discutido la explotación de obreros. Pues, fíjate, el Señor también defiende a los obreros. Apunté este texto en 1 Timoteo 5:18 que dice: ‘Digno es el obrero de su salario’ (1 Timoteo 5:18). ¿Y qué te parece lo que dice Santiago? ‘He aquí, clama el jornal de los obreros... el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros’ (Santiago 5:1-6).

"Verdaderamente, Dios censura rotundamente a los ricos que se aprovechan de los obreros. ¡Qué mis superiores no me maltraten! ¡Qué no me esclavicen! ¡Qué me paguen un salario adecuado! Eso es lo que quiero y veo que el Señor me apoya.

¿Tú sabes que en la Biblia se denuncia la opresión? Encontré que el mismo Jesucristo dijo, refiriéndose a los que gobernaban al pueblo de Israel: ‘Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mateo 23:4). También dijo: ‘El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo’ (Mateo 23:11). ¡Ah!, pero, ¡qué maravilla! Si todos nosotros viviéramos según esta norma no habría grandes hombres fuertes que nos oprimieran. ¡Ninguno se aprovecharía de nosotros!”

“Marta, también estoy comprendiendo la verdad sobre la violencia y las guerras. Si todos los hombres hiciéramos caso a Cristo, seríamos todos amigos y gozaríamos de un mundo en paz. Por ejemplo, Dios dice: ‘Estad en paz con todos los hombres’ (Romanos 12:18). ¡En paz con todos! También encontré esta hermosa oración: ‘Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz’ (Santiago 3:18). ¿Comprendes? Si yo y todos mis semejantes hiciéramos la paz, no habría esas enemistades que nos enajenan, ni esas guerras tontas causadas por el racismo, el nacionalismo o ideales políticos contrarios. No existirían esos temores terribles de otra guerra mundial. Quedarían destruidas todas las armas bélicas. Entenderíamos que todos nosotros pertenecemos a la familia humana y que debiéramos buscar el bien de toda la familia, no solo el de los blancos o los negros, los amarillos o los rojos. ¡Cristo derrumba las barreras! Yo estoy pensando comenzar a seguirle en serio. Querida esposa, ¿qué te parece?”

“Querida, te daré otra razón de peso para seguir a Jesús. Estamos siempre hablando de los crímenes y la decadencia inmoral, ¿verdad? Pues, oye, nada de eso acontecería si todos viviéramos conforme al criterio moral de Cristo. En su enseñanza, se apuntan normas tales como: ‘El que hurtaba, no hurte más’. ‘Desechando la mentira, hablad verdad’ (Efesios 4:25-28). ‘Cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera’ (Mateo 19:9). “¿Sabes, Marta?”, dice Miguel, “cuando leo este libro, pienso en nuestros familiares y amigos. Si Guillermo hubiera estado llevando esta vida que el Señor enseña, no hubiese estado tomando aquella noche. A lo mejor, ¡estaría vivo ahora mismo! Y Jorge, mi hermano: Si la hubiera vivido, no hubiese abandonado a Luz María por otra mujer. Y tu papá, si él hubiese seguido las reglas sanas de Cristo, hubiera dejado de fumar, y, a lo mejor, no tendría cáncer ahora. ¡Qué tontos somos! Ahora comprendo que si todos nosotros acatáramos fiel y sinceramente lo que aquel hombre de Galilea nos aconseja, no se cometería ningún crimen o acto inmoral. No habría rencillas entre vecinos, peleas entre esposos, infidelidad matrimonial, divorcios, mentiras o engaño, ni habría las enfermedades causadas por los vicios y tragedias tales como la de Guillermo, los que entristecen nuestras vidas hasta el día de hoy.”

“Marta, yo he descubierto un estilo de vida que vale la pena. Cueste lo que cueste, estoy resuelto a hacer realidad en mi propia vida los ideales sublimes del cristianismo puro, bíblico. Es más, ¡se los voy a enseñar a otros, aunque muchos me rechacen y se burlen de ml! Cambiando mi manera de ser, y trabajando para que otros cambien la suya, estaré ayudando, de muchas maneras, a nuestra propia familia, y a toda la familia humana. Pero, quiero que tú sepas que ya hay algo más importante para mí que buscar soluciones a los problemas del mundo. ¡Me quiero salvar! Mi amada, quizás cambiemos en algo este mundo. Pero, está saturado de maldad. El enemigo del bien es su príncipe y parece que lo será hasta el fin. Entiendo que este mundo ya ha sido condenado. El Señor, en su bondad, ya nos lo ha prevenido diciendo que ‘la tierra, y las obras que en ella hay serán quemadas’ (2 Pedro 3:10). Yo lo creo. Quiero salvarme a mí, y a ti, y a nuestros hijos y a todos cuántos me sea posible rescatar. Siguiendo a Jesús, nuestra vida aquí tendrá inmenso valor y tendremos esperanza de conocer, cuando todo aquí haya terminado, una vida perfecta en la presencia del Creador.”

“Leyendo esta Biblia, he visto que los que querían seguir a Cristo se iniciaban en esta vida bautizándose, es decir, sumergiéndose en agua ‘para el perdón de pecados’ (Hechos 2:38). Deseo tomar el mismo paso y ser añadido a la iglesia presentada en las Sagradas Escrituras. Me pregunto si habrá una iglesia que enseñe y practique lo que leo en la Biblia. No sé. La voy a buscar. ¿Me acompañas?”

La hay, Miguel, y es, desde luego, imprescindible que la encuentre, uniéndose a ella para salvarse a sí mismo y a sus seres queridos, luchar eficazmente a favor de un mundo mejor y la salvación de todos los humanos descarriados.

 

 


 

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