Jesús recibe el evangelio de su Padre y Dios

El testimonio del propio Jesucristo recogido en una sola diapositiva.

El título en color oro. Su testimonio en ocho textos del evangelio de Juan en letra blanca.

La conclusión en verde claro.

 

Imagen artística de Jesucristo recostado contra piedras grandes y con un cayado en su mano izquierda, contemplando una luz blanca grande y brillante cuyos rayos penetran el espacio estrellado y sobre la escena los textos de su testimonio al efecto de que él recibió el evangelio de su Padre y Dios, no originándolo él mismo.

 

En Juan 20:17, Jesús llame “mi Dios” a su “Padre”.

En la imagen artística tras los textos, Jesucristo, recostado contra piedras grandes y con un cayado en su mano izquierda, contempla una luz blanca grande y brillante cuyos rayos penetran el espacio estrellado, reflexionando él, así interpretamos la escena, sobre de donde vino y de quien recibió el glorioso, poderoso y hermosísimo evangelio que comunica a los seres humanos durante su ministerio terrenal.

El Ser del cuadro no es el propio Padre Dios encarnado sino el Hijo de él que, estando con su Padre en el cielo antes de venir al mundo, oyó y vio allá, aprendiéndolo, el evangelio que el Padre le mandó a hablar al mundo.

La conclusión expresada en letra verde en el cuadro, fundamentada en los ocho versículos del evangelio del apóstol Juan, dice: Si Jesús NO hablaba por su propia cuenta, si todo lo que decía NO era de él sino del Padre, si el Padre le enseñaba, mandándole a predicar solo lo que oyó de él, lo que procedía de él, entonces, son seres distintos los dos: el Padre y Maestro que originó el evangelio; el Hijo y Discípulo Jesús que lo aprendió, comunicándoselo a los seres humanos. No son dos caras del mismo Ser divino.

A la verdad, el conocimiento correcto y completo de las enseñanzas de la Biblia, en particular, las del Nuevo Testamento, la parte que está en vigor como “la perfecta ley, la de libertad” durante la presente Era Común (Santiago 1:25), hace desvanecerse de la mente objetiva y receptiva, llena de “toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9), las exóticas, intricadas, verboses y faltas de sentido común mitologías y teologías acerca de dioses y diosas con dos, tres o más cabezas, cuerpos, presencias o identidades, etcétera. Por ejemplo, la teología enredada, ilógica, mística y mítica del obispo Atanasio de Alejandría, Egipto, del siglo IV. Las reemplaza con percepciones naturales y lógicas en torno a la verdadera Deidad claramente declaradas por Jesucristo y los apóstoles nombrados por él personalmente. HDS

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

  

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