¿El primer “PAPA”?

Ni el apóstol Pedro ni el obispo Bonifacio III sino…

¡CONSTANTINO el GRANDE!

 


 

El emperador romano Constantino el Grande rodeado
por más o menos tres cientos obispos.

Fecha

El día 20 de mayo de 325 d. C.

Lugar

 NICEA, en la provincia romana de Bitinia,
cerca de Bizancio, donde se construía, en 325, la nueva capital
del Imperio Romano, la cual sería llamada la Nueva Roma,
luego Constantinopla.

Específicamente, el palacio imperial de Constantino en Nicea

Eventos

El Primer Concilio de Nicea y las muy sangrientas
persecuciones resultantes

A. El propio emperador Constantino el Grande, convertido al cristianismo hace unos trece años, ha invitado a 1,800 obispos de la iglesia cristiana (1,000 del oriente; 800 del occidente) a Nicea para resolver diferencias sobre temas doctrinales tales como:

La relación entre Dios el Padre y Jesucristo. ¿Qué si los dos sean consustanciales, o sean de sustancias distintas? ¿Qué si los dos se fundan en un solo Ser, o sean dos Seres distintos? ¿Qué si ambos hayan existido desde la eternidad, o si Jesucristo fuera creado por el Padre Dios?

La fecha para la celebración de la Pascua.

La validez del bautismo administrado por cristianos tenidos por herejes.

El estatus de los lapsos (cristianos que habían denegado la fe al ser perseguidos, pero, pasado el peligro, deseaban ser restaurados).

¿Quién convoca el concilio? El emperador Constantino el Grande. ¿Dónde se reúnen los invitados? En el palacio del emperador, en Nicea.

¿Cuántos obispos fueron invitados? 1,800. Este número significa que, para 325 d. C., había por lo menos 1,800 congregaciones de cristianos en el Imperio Romano. Suficientemente grandes como para tener, cada una, un “obispo”. La cifra implica que tal vez hubiese muchas congregaciones adicionales más pequeñas, quizás sin obispo.

Entre 250 y 318 obispos responden a la invitación del emperador, cada uno acompañado por hasta dos presbíteros y tres diáconos, lo cual quiere decir que el total de los que acudieron era de unos 1,800“Una multitud casi incontable”, como dice el historiador cristiano Eusebio de Cesarea, testigo ocular de los acontecimientos.

Todos los obispos provenían de la parte oriental del Imperio Romano, con la excepción de tan solo cinco del occidente. El obispo de Roma, Silvestre I, no asistió, por razones de salud, según él, optando por enviar dos representantes.

Entre paréntesis, aunque Silvestre es identificado como “Papa” por muchos escritores, todo cronista serio e imparcial de la historia cristiana sabe que no había “Papas” en Roma durante aquellos primeros siglos del cristianismo. El emperador Constantino no reconoce a ningún obispo como “Papa” de los demás obispos, ni de la iglesia universal.

Ahora bien, una mayoría de los obispos que participaron en el concilio estaban más o menos de acuerdo con la enseñanza de Arriano, presbítero de la iglesia en Alejandría, Egipto. Este sostenía que Jesucristo no había existido desde la eternidad y que no era consustancial con Dios el Padre.

B. Visualicemos los eventos. Constantino I entra en el palacio imperial de Nicea. Él es emperador único de todo el vasto Imperio Romano, desde Bretaña hasta Persia, desde el Danubio hasta los desiertos de África.

See the source imageSu nueva capital, la “Nueva Roma”, la que pronto llamarán “Constantinopla”, se está construyendo a toda prisa cerca de Nicea, en la península de Bizancio. Será inaugurada cinco años más adelante, en el año 330 d. C.

Eusebio de Cesarea, presente para el evento, describe la entrada de Constantino, diciendo: 

“…avanzó por el medio de la asamblea, como algún mensajero celestial de Dios, ataviado con una vestimenta que brillaba, así parecía, con rayos de luz, la cual reflejaba el resplandor luminoso de una túnica púrpura, adornada con el esplendor brillante de oro y piedras preciosas.

C. Al final de unos dos meses de debates y deliberaciones, todos los obispos, menos dos, a saber, Teonas, de Marmarica en Libia, y Segundo, de Ptolemais, también en África, aprobaron el “Credo de Nicea”.

Arriano, no siendo obispo sino presbítero, no tenía voto. El decreto de aquel Credo en referencia a la relación entre Dios el Padre y Jesucristo estipulaba que los dos son consustanciales, o sea, de la misma sustancia, existiendo los dos desde la eternidad.

Pese a tener los arrianos mayoría al principio del Concilio, su concepto de la Deidad fue rechazado, y por fin, prohibido completamente, cediendo algunos arrianos con ciertas reservaciones declaradas; otros, en honor a la supuesta “posición tradicional” de la iglesia; otros, en apoyo de la unidad; y todavía otros, por temor a represalias por el emperador, pues Constantino había decretado excomulgación y destierro para quien rehusara aprobar el Credo.

D. El papel del emperador Constantino en el Concilio de Nicea. 

Constantino mismo convocó el concilio.

No lo convocó el “Papa de Roma”. Reiteramos y subrayamos: ¡no había “Papa” en Roma en el año 325 d. C.! Ni antes, ni por mucho tiempo después.

Fresco del Concilio de Nicea, en la Basílica de Demre, Turquía. En el grupo a la derecha, algunos obispos tienen sus ojos clavados en el emperador Constantino. ¿Cómo atreverse a expresar cualquier creencia contraria a las ponencias del emperador convertido de pronto en teólogo? ¿Contravenir sus opiniones y deseos? Constantino ejercía toda la autoridad y el poder de un “Papa Católico Romano” de los tiempos que vendrían, a conocerse como “La Edad Media” o la “Edad del Oscurantismo”.

Al convertirse Constantino al cristianismo, toma interés vivo en las doctrinas y controversias de la iglesia. He aquí, el hombre más poderoso de toda Europa, el norte de África, el Cercano Oriente y parte del continente de Asia, entregado de repente al estudio de cuestiones teológicas complicadas de una religión que, hacía apenas veinte años, era proscrita y perseguida severamente en el Imperio Romano.

La unidad de la iglesia Constantino la considera, al parecer, importantísima también para la unidad del Imperio, y la persigue tenazmente. Invoca el Concilio de Nicea, y él mismo, el hombre más poderoso, recalcamos, de aquel mundo, toma asiento entre los aproximadamente trescientos obispos, escuchando, durante dos meses, argumentos y contra argumentos sobre varios temas controvertidos. 

“La presencia del monarca infló la importancia del debate; su atención multiplicó los argumentos, y él expuso su persona con tal intrepidez paciente que el valor de los combatientes fue animado.” 

He aquí, ¡en acción el primer “PAPA” de la iglesia, la que, hacía tiempo ya, abrazaba dogmas y prácticas que la identificaban, acertadamente, como apóstata.

He aquí, su unen en matrimonio desigual, y peligrosísimo para todo creyente leal a Cristo, el estado secular-material-político con los más altos representantes del cristianismo de su tiempo. Matrimonio contraído en el palacio del emperador. Matrimonio concebido en el infierno. Matrimonio celebrado por Satanás. La iglesia y el estado secular se unen. Lo espiritual, con lo secular-mundano-corrupto. Matrimonio, no a celebrarse con regocijo sino a llorarse amargamente con un río de lágrimas de angustia, dolor y temor.

He aquí, ¡se casa el emperador Constantino con “la gran ramera”. Su cría multitudinaria traerá sobre el mundo oscuridad dondequiera, opresión religiosa endémica, infinidad de guerras, persecuciones bárbaras, torturas indecibles, muerte violenta para cincuenta millones de mártires, hambre, pestilencias y plagas, por largos siglos.

Este ícono del Monasterio Mégalo Metéoron, en Grecia, representa al Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 d. C. El emperador Constantino I aparece en el mismo centro, vestido de una túnica de púrpura, mientras Arriano, cuya definición de la Deidad fue rechazada por el Concilio, es representado por la figura acostada debajo de los pies del emperador.

Efectivamente, Constantino “pisó” a Arriano y sus simpatizantes por un tiempo, como además a otros grupos que catalogó de “herejes”, desatando persecuciones contra ellos que duraron largos siglos.

 

Constantino no es obispo, y, por consiguiente, no vota. Pero, él es realmente más que obispo. Él es, para los efectos, el “Pontifex Máximus” de la iglesia, y aunque nunca se dé, ni le den, tal título, inevitablemente se hace sentir, extraordinariamente, el peso de su autoridad y poder. ¡Qué cosa inaudita, espectacular, increíble! ¡El gran emperador glorioso, “Salvador del Imperio Romano”, sentado, día tras día, en medio de obispos de la iglesia!

Visualizándolo allá en Nicea, en el palacio imperial, luciendo su atavío real de púrpura adornado de oro y piedras preciosas, rodeado por aquellos cientos y cientos de obispos, presbíteros y diáconos, no podemos menos que pensar que, para su tiempo, él sería la pura personificación de la “bestia escarlata”, que cargara a la gran mujer ramera que bebe la sangre de los mártires de Jesús.

¿Y quién es aquella “mujer sentada sobre” la “bestia escarlata” (Apocalipsis 17:3) sino, reiteramos, la iglesia en plena apostasía, ya bastante llena de “doctrinas de demonios”, avaricia, materialismo e inmoralidad? La misma iglesia cuyos líderes se atreven a tomar títulos pomposos y sustituir credos, como el de Nicea, por el Nuevo Pacto de Cristo. Que se atreven a entrar en el palacio real del emperador de un poderoso imperio secular-material-político, sometiéndose a sus dictámenes sobre doctrinas espirituales y colaborando con él en la persecución y matanza de disidentes.

El poder y las amenazas de Constantino son sus “votos” en el Concilio, decisivos para algunos obispos arrianos temerosos por su vida. Su participación personal en los asuntos de la iglesia asienta un precedente que siguen sus sucesores, con repercusiones sísmicas tanto en la iglesia como en el Imperio mismo, y muchos gobiernos seculares-religiosos subsiguientes.

Las consecuencias resultan astronómicamente horribles, siendo la más escalofriante y repugnante en grado sumo el derramamiento de mucha sangre en nombre de “la fe”, “la ortodoxia”, “las tradiciones”, “el dogma”, “la unidad”, “la iglesia”. 

“Sangre” que bebe la gran rameraMucha sangre que mancha “la gran ciudad, pues en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de TODOS los que han sido muertos en el mundo” (Apocalipsis 18:24).

El emperador romano Constantino el Grande, convertido el cristiano, es realmente el primer “Papa”. Él es quien convoca y domina el Concilio de Nicea en el año 325, participando en las discusiones de los obispos y legislando, efectivamente, las decisiones del Concilio. Exige aprobación de ellas a pena de severas represalias para disidentes, incluso, destierro, confiscación de propiedades y aun la muerte. Su intervención y sus dictámenes desembocaron en fieros conflictos entre distintas facciones cristianas, los que dejaron un saldo de cientos de miles de muertos solo en el Siglo IV de la Era Cristiana. 

El primer “Papa”: el emperador romano Constantino el Grande. ¿Quién convoca y domina el Concilio de Nicea? ¡Este mismo emperador! ¿Quién desata terribles persecuciones sangrientas contra cristianos disidentes? ¡El propio Constantino!

 

El emperador romano Constantino el Grande, convertido el cristiano, es realmente el primer “Papa”. Él es quien convoca y domina el Concilio de Nicea en el año 325, participando en las discusiones de los obispos y legislando, efectivamente, las decisiones del Concilio. Exige aprobación de ellas a pena de severas represalias para disidentes, incluso, destierro, confiscación de propiedades y aun la muerte. Su intervención y sus dictámenes desembocaron en fieros conflictos entre distintas facciones cristianas, los que dejaron un saldo de cientos de miles de muertos tan solo en el siglo IV de la Era Cristiana.

 

E. El emperador Constantino I y los “cristianos ortodoxos” persiguen a muerte a los demás cristianos. 

“Constantino les dio [a los líderes de la iglesia] seguridad, riquezas, honores y venganza; y sostener la fe ortodoxa fue considerado el deber más sagrado e importante del magistrado civil. El Edicto de Milán, magna carta de tolerancia, había confirmado para todo individuo del mundo romano el privilegio de escoger y profesar la religión que quisiera.

“Mas, sin embargo, este privilegio inestimable pronto fue violentado, pues juntamente con el conocimiento de la verdad, el emperador [Constantino] embebió las máximas de la persecución; y las sectas que disintieron de la Iglesia Católica fueron afligidas y oprimidas por el cristianismo triunfante. … 

Aclaración. La Iglesia Católica Romana no existía en 325 d. C. Los cristianos que se solidarizaban con las enseñanzas de Arriano, Novaciano, etcétera, no se consideraban “sectas”. El “cristianismo triunfante” en el Primer Concilio de Nicea no era el “cristianismo” de la mayoría de los creyentes de aquel tiempo, sino el “cristianismo” que impuso el emperador Constantino a la fuerza en el Concilio, obligados los obispos en desacuerdo con las decisiones del emperador y sus simpatizantes a aprobarlas so pena de excomulgación, destierro y muerte. En este caso, el lenguaje del historiador Gibbon ejemplifica el error, cometido a menudo por historiadores, comentaristas y otros escritores, de insertar en sus obras terminologías y proyecciones de condiciones que no armonizan con los hechos del tiempo bajo escrutinio, a saber, en el presente estudio, el siglo IV de la Era Cristiana.

El mismo error se repite en la siguiente cita donde el historiador Gibbon se refiere a “congregaciones separadas”, el “clero ortodoxo”, “los sectarios”, “herejes”, y, de nuevo, a “la Iglesia Católica”.

“No se perdió ni un momento en excluir a los ministros y maestros de las congregaciones separadas [es decir, no tenidas por “ortodoxas”] de cualquier participación en las dádivas e inmunidades otorgadas tan generosamente por el emperador al clero ortodoxo.

“Pero, ya que los sectarios pudieran seguir existiendo pese a la sombra de la desaprobación de la realeza, la conquista del oriente fue seguida de inmediato por un edicto anunciando su destrucción total. Después de un preámbulo lleno de pasión y reproches, Constantino prohíbe absolutamente asambleas de los herejes y confisca sus propiedades públicas para la venta o el uso de parte de la Iglesia Católica.” 

El decaimiento y fin del Imperio Romano, por Edward Gibbon. Tomo I, Página 305.

1. Las siguientes sectas, o grupos de cristianos, fueron condenados por el emperador Constantino:

Los que seguían a Pablo de Samosata [en Armenia].

Los montanistas de Frigia.

Los novacianos.

Los seguidores de Marción.

Los valentinianos.

Y posiblemente los maniqueos. 

“La meta de extirpar el nombre de estas odiosas sectas [Nota del traductor: El sentido es que Constantino las tenía por “odiosas” en el momento.], o al menos restringir su progreso, fue proseguida con vigor y efectividad. Algunas de las directrices penales fueron copiadas de los edictos de Diocleciano; y este método de convertir [a los tenidos por herejes] fue aplaudido por los mismos obispos que habían sentido la mano de opresión y rogado por derechos humanos.” 

¡Conque “obispos” de la iglesia aplaudan, en el año 325 d. C., la persecución, tortura y muerte de otros cristianos! Se deduce que un espíritu diabólico de venganza carnal se hubiera adueñado de las almas de estos “obispos”. Una intolerancia fiera, egoísta, violenta.

De esta manera, se hicieron presas de la gran ramera, hechizados por ella, dispuestos a derramar sangre. Sangre que bebería ella. ¡“Extirpar el nombre” de esos “sectarios cristianos”! Usando los propios obispos las tácticas y los medios de Diocleciano, emperador pagano. ¿No es esto el colmo de la ironía y la vergüenza?

2. “El credo de Nicea fue ratificado por Constantino, y la firme declaración de este al efecto de que los que resistieran el juicio divino del sínodo debieran prepararse para ser inmediatamente exiliados, aniquiló las murmuraciones de la débil oposición, la que fue reducida, casi instantáneamente, de diecisiete obispos protestantes a dos. … El impío Arriano fue exiliado a una de las provincias remotas de Iliria; su persona y sus discípulos fueron tachados, por ley, con el nombre odioso de porfirianos; sus escritos fueron consignados a las llamas, y el castigo capital fue pronunciado contra quienes fuesen descubiertos con ellos en su posesión. El emperador había llegado a embeber el espíritu de controversia, y el estilo airado y sarcástico de sus edictos tuvo como propósito inspirar en sus súbditos el odio que él había concebido contra los enemigos de Cristo.” [Es decir, contra los que el emperador calificó como enemigos de Cristo.]

Así sucede, pues, que el primer emperador “convertido” al cristianismo induce a los líderes de la iglesia a la violencia, a imponer su voluntad, aunque para lograrlo tuvieran que perseguir y matar.

Este mismo espíritu perverso llevó a la jerarquía eclesiástica a cometer algunas de las atrocidades más grandes de la historia de la raza humana –guerras religiosas, torturas indecibles, Santa Inquisición puramente diabólica, etcétera.

F. Con todo, “…la mente de Constantino no fue completamente corrompida por el espíritu de celo y fanatismo”.

1. Por ejemplo, el emperador pronto quedó convencido de haber actuado precitadamente en el caso de los novacianos, emitiendo un edicto que los eximió de las penalidades de la ley y permitiendo que construyeran una iglesia en Constantinopla. 

Novaciano, contendiente por el obispado de Roma, enseñaba que la iglesia no debiera recibir de nuevo a los lapsos, es decir, a los cristianos perseguidos que se renegaban de la fe, pero que, una vez pasada la persecución, pedían ser restaurados a comunión.

2. Tres años después de ser desterrado Arriano, y condenados sus seguidores, Constantino anuló el edicto contra ellos, ordenando que Arriano fuese restaurado a comunión en la catedral de Constantinopla.

See the source imageEn el mismo día fijado para este evento, Arriano murió, al parecer, no por causas naturales. Los tres principales líderes de los católicos, Atanasio de Alejandría, Eustaquio de Antioquía, y Pablo de Constantinopla, fueron interrogados [acerca de la muerte de Arriano] por orden de numerosos concilios, siendo luego desterrados a provincias distantes por el primero de los emperadores cristianos, quien, en los últimos momentos de su vida recibió el rito del bautismo a manos del obispo arriano de Nicomedia.” 

Pese a su aceptación de los arrianos, Constantino “consideró al Concilio de Nicea como baluarte de la fe cristiana, y la especial gloria de su reino. 

El decaimiento y fin del Imperio Romano, por Edward Gibbon. Tomo I. Página 315. Algunos datos y citas de esta Partida I fueron tomados de www.wikipedia.org, del Artículo en inglés The Council of Nicaea.

G. Observaciones sobre el impacto del Concilio de Nicea y el Credo de Nicea.

1. El Concilio de Nicea no logró eliminar las causas de fuertes controversias en la iglesia. Pese a que aprobaran el Credo de Nicea todos los obispos menos dos, al marcharse cada uno para su respectiva ciudad, los desacuerdos se encendieron de nuevo, imponiéndose el arrianismo aun en la mayor parte del Imperio Romano.

De la manera que el mismo emperador Constantino cambió de parecer respecto a Arriano y su interpretación de la Deidad, asimismo otros líderes religiosos de la época se manifestaban ambivalentes en sus convicciones.

Un párrafo de la pluma del obispo Hilario, de Portiers, Francia, pone de relieve el caos creado por las controversias.

“Existe una cosa tan deplorable como peligrosa, a saber, que entre los seres humanos el número de credos corresponde al número de opiniones, el de doctrinas al de inclinaciones y hay tantas causas de blasfemia como fallas entre nosotros. Porque hacemos credos arbitrariamente, también explicándolas arbitrariamente. El vocablo ‘homoousion’ [griego, traducido como ‘consustancialidad’] es rechazado, luego recibido, y entonces dado tantas definiciones, por sínodos sucesivos, que pierde significado. El parecido parcial o total del Padre y del Hijo es el sujeto de disputas para estos tiempos infelices. Cada año, aún más, cada nueva luna, hacemos nuevos credos en el intento de describir misterios invisibles. Nos arrepentimos de lo que hemos hecho, defendemos a los que se arrepienten, para entonces anatemizar a aquellos que defendíamos. Condenamos o la doctrina de otros en nosotros mismos, o la nuestra en otros; y así, recíprocamente, despedazándonos los unos a los otros, hemos sido la causa de la ruina el uno del otro.”

Traducido del texto encontrado en El decaimiento y fin del Imperio Romano, por Edward Gibbon. Tomo I, Página 312. Hilario de Poitiers. Obispo de la iglesia en Poitiers, Francia. Nacido a principios del siglo IV, hacia 315 d. C., en Poitiers, Francia; fallecido en la misma ciudad en 367.

2. Estas controversias resultaron en grandes persecuciones y muchísimas muertes en el siglo IV. Más adelante, también constituyeron un factor importante en las guerras entre los romanos y los bárbaros, pues estos, en su mayoría, se convirtieron al cristianismo arriano

“Una parte sustancial del sureste y del central de Europa, incluso muchos de los godos y vándalos… habían abrazado al arrianismo, convirtiéndose también los visigodos al cristianismo arriano en 376 d. C., lo cual condujo a que el arrianismo fuera un factor religioso en unas que otras guerras en el Imperio Romano.” 

 

 


 

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