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Las iglesias de Cristo: ¿qué son? ¿Qué creen? ¿Qué practican?

Estas bancas, con ejemplares de la Biblia, himnarios y otros libros, simbolizan lugares de reunión de las iglesias de Cristo alrededor del mundo, congregaciones comprometidas a seguir el “nuevo pacto” de Cristo como único credo de fe y práctica.

Estas bancas, con ejemplares de la Biblia, himnarios y otros libros, simbolizan lugares de reunión de las iglesias de Cristo alrededor del mundo, congregaciones comprometidas a seguir el “nuevo pacto” de Cristo como único credo de fe y práctica.

Artículo publicado originalmente en la revista
La Voz Eterna

www.lavozeterna.org

Autor no identificado

Adaptación por Homero Shappley de Álamo

 

Estimado lector, ¿tiene usted conocimiento de congregaciones llamadas, en conjunto, “las iglesias de Cristo”? ¿Qué es la iglesia de Cristo? ¿En qué se distingue de tantas otras iglesias que existen hoy en el mundo? ¿Cuál es su mensaje? ¿Cómo se gobierna? ¿Cómo efectúa sus reuniones de adoración? ¿Qué cree respecto a la Biblia? A continuación, respondemos concisamente a estas interrogantes.

I. Tratándose de la feligresía de estas congregaciones, un fuerte “Espíritu de Restauración” caracteriza a gran número.

Los miembros de las iglesias de Cristo suelen ser gente con un “Espíritu de Restauración”, es decir, desean restaurar a la iglesia del Nuevo Testamento.

El Dr. Hans Küng, muy conocido teólogo europeo [de la Iglesia Católica Romana], publicó, hace unos años, un libro titulado La Iglesia. En su libro el Dr. Küng lamenta el hecho de que la iglesia se haya extraviado de su camino a través de los siglos, que haya sido sometida servilmente a las tradiciones humanas, y que haya fracasado en términos de ser la iglesia que Cristo quería que fuera.

De acuerdo al Dr. Küng, la única forma de poder apreciar la Iglesia como era al principio, y recobrar en el siglo XXI la esencia de la iglesia original, es regresar a las Escrituras. Precisamente, esto es lo que las iglesias de Cristo están tratando de lograr.

A finales del siglo XVIII, en diferentes partes del mundo, varones de diferentes denominaciones cristianas comenzaron, independientemente, a estudiar la palabra de Dios, preguntándose: ¿Por qué no romper las barreras del denominacionalismo e ir más allá, a la simplicidad y pureza de la iglesia del primer siglo?

¿Por qué no usar solamente la Biblia y perseverar una vez más, como en el siglo I, "en la doctrina de los apóstoles"? Hechos 2:42. ¿Por qué no sembrar la misma semilla que sembraron los cristianos del primer siglo, y ser lo mismo que eran ellos, a saber, cristianos solamente? Los restauradores del siglo XVIII hacían un llamado al mundo religioso cristiano a despojarse de sus prácticas sectarias, renunciar credos humanos y seguir solamente la Biblia. Su predicación enfatizaba que ninguna cosa debía enseñarse a las gentes como doctrina que no se encontrara claramente expresada en las sagradas Escrituras.

Ponían en claro que el retorno a la Biblia no significaba el establecimiento de otra denominación, sino el retorno a la iglesia original. Hoy día, los miembros de las iglesias de Cristo abrazamos con entusiasmo lo propuesto por los restauradores del siglo XVIII. Teniendo la Biblia como nuestra única guía, buscamos en ella la forma original de la iglesia, haciéndolo con miras a una restauración auténtica y completa. No consideramos que nuestro empeño sea un acto de arrogancia, sino todo lo contrario, una iniciativa de humilde sumisión a la voluntad de Dios. Afirmamos que no tenemos derecho  alguno de llamar a los hombres a ser leales a alguna organización religiosa humana. Más bien, el Señor Jesucristo solo nos autoriza a invitar a todo hombre y mujer a seguir el modelo divino.

II. La unidad cristiana debería estar basada estrictamente en la Biblia.

Puesto que Dios depositó "toda autoridad " en Cristo, su Hijo (Mateo 28:18), y ya que, hoy por hoy, Cristo es el portavoz de Dios (Hebreos 1:1-2), estamos convencidos de que solo Cristo tiene la autoridad para declarar cómo debe ser la iglesia, y fijar lo que nosotros deberíamos enseñar.

Y dado que el Nuevo Testamento es donde se hallan las instrucciones de Cristo para sus discípulos, este “nuevo pacto” ha de reconocerse como la única fuente divina de toda enseñanza y práctica religiosa valida ante el Creador. Este es un principio fundamental entre los miembros de las iglesias de Cristo. Creemos que el Nuevo Testamento es el único medio por el cual podemos ser convertidos completamente a Cristo, y el único a usarse para encaminar a otros hombres y mujeres a la misma conversión bíblica, genuina, eficaz.

Creemos que la división religiosa es mala. Jesús oró por la unidad de los creyentes (Juan 17:20-23). Más tarde, el apóstol Pablo rogó que se unieran los cristianos en Corinto, algunos de los cuales habían formado facciones (1 Corintios 1:10-13).

Creemos que, hoy día, la única manera de lograr la verdadera unidad según Dios es volver a la Biblia y seguir sus directrices específicas al respecto. No podrá producir la unidad netamente bíblica cualquier tipo de compromiso entre distintas iglesias (ecumenismo) o cualquier acción encaminada a unir, por noble que parezca. Y, por supuesto, ninguna persona creyente, o grupo alguno de creyentes (concilios, movimientos ecuménicos), tiene derecho de elaborar por su cuenta normas a las que todos los demás creyentes tuvieran que someterse para alcanzar la muy deseada unidad. Pero con toda propiedad sí se puede instar: "¡Unámonos, siguiendo solamente la Biblia!" Esto sí sería justo. Esto sí sería seguro. Esto sí sería correcto.

De manera que el llamado a la unidad que las iglesias de Cristo hacen está basado en la Biblia. Creemos que suscribirse a cualquier credo que no sea el Nuevo Testamento, que rehusar obedecer cualquier mandamiento del Nuevo Testamento, o seguir cualquier práctica religiosa no contenida en el Nuevo Testamento, daría por resultado añadir o sustraer a las enseñanzas de Dios. Y ambos, tanto el añadir como el sustraer de la palabra de Dios, es condenado por las mismas Escrituras (Gálatas 1:6-9; Apocalipsis 22:18-19).

Por esta razón, en las iglesias de Cristo tenemos el Nuevo Testamento como nuestra única regla de fe y práctica.

III. Cada congregación es autónoma.

La hermandad de las iglesias de Cristo está libre de las ataduras típicas de burocracias eclesiásticas modernas. No tenemos mesas directivas que gobiernen distritos, regiones o países, ni existe alguna directiva internacional. Tampoco alguna sede terrenal, ni concilio alguno. Cada congregación es autónoma, es decir, gobernada por sí misma, independientemente de cualquier otra congregación, patrón divino claramente discernible en el Nuevo Testamento. La única ligadura que une a las congregaciones es su lealtad común a Cristo y la Biblia. No hay en las iglesias de Cristo convenciones o asambleas anuales que legislen por la hermandad, como tampoco publicaciones oficiales que establezcan normas o leyes oficiales para todas nuestras congregaciones. Por otro lado, las congregaciones sí cooperan para la realización de trabajos evangelísticos, aun en grande escala. También para el sostenimiento de orfanatos, asilos para ancianos, etcétera. Además, para socorrer a damnificados por desastres de la naturaleza y a menesterosos de distintas categorías. Con esta clarificación: que su participación es estrictamente voluntaria. Ninguna persona o grupo de personas elabora reglamentos o hace decisiones por las congregaciones en conjunto.

Cada congregación es gobernada por una pluralidad de ancianos (sinónimos en el Nuevo Testamento con obispos o pastores. Hechos 20:17-28) seleccionados de entre sus propios miembros. Estos deben ser hombres que llenen los requisitos para su ministerio, los que se especifican en 1 Timoteo 3:1-7  y Tito 1. También debería haber diáconos en cada congregación (Filipenses 1:1). Ellos han de ser varones capacitados de acuerdo a las exigencias bíblicas establecidas en 1 Timoteo 3:8-13.

IV. No se trata de una secta.

Queda evidente, pues, que no estamos interesados en seguir credos religiosos de manufactura humana. Más bien, nuestro empeño es seguir, simple y llanamente, el patrón trazado para la iglesia revelado en el Nuevo Testamento. No nos conceptuamos como “otra denominación cristiana”, ni como católicos romanos, pentecostales, protestantes o evangélicos, sino sencillamente como cristianos y miembros de la iglesia que nuestro Señor Jesucristo estableció (Mateo 16:18) y por la cual se entregó (Hechos 20:28).

A propósito, esta es la razón por la cual hacemos uso de su nombre. La frase "iglesia de Cristo" no la usamos como designación denominacional (sectaria), sino, más bien, como descriptiva, con el fin de indicar que la iglesia pertenece a Cristo.

Conscientes de nuestra falibilidad, de nuestras faltas y flaquezas personales, con mayor razón queremos seguir cuidadosamente el plan perfecto de Dios para su Iglesia. Él nunca proyecta a su iglesia como una secta, o una conglomeración de sectas, o un conjunto enorme de iglesias distintas en doctrina y práctica. Su iglesia, tal cual concebida por él y edificada por su Hijo, ¡simplemente no es una secta!

V. Actos de adoración

La adoración en las Iglesias de Cristo se centra en cinco actos, los mismos que la iglesia del primer siglo efectuaba. El modelo bíblico para el culto creemos que es vital seguirlo, con tal de ser nosotros aprobados por Dios. Jesús dijo: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Juan 4:24).

Aprendemos tres cosas de esta declaración del Señor, a saber: (1) Que nuestra adoración debería ser dirigida al único Ser merecedor de recibirla, al Dios que “…es Espíritu”. (2) Que debería ser el fruto de un “espíritu” sincero. Y (3), que debe llevarse a cabo en armonía con “la verdad”. “…en espíritu y en verdad es necesario que” adoremos, apunta el Señor.

Adorar a Dios en conformidad con la verdad es adorarle de acuerdo a su Palabra, porque su “palabra es verdad” (Juan 17:17).  Por consiguiente, jamás deberíamos añadir o implementar ordenanza alguna que no se halle en su Palabra.

En asuntos de religión, nuestro deber es dejarnos guiar por fe (2 Corintios 5:7). Dado que "la fe viene por el oír la palabra de Dios" (Romanos 10:17), cualquier cosa no autorizada por la Biblia no pertenece a la categoría de “fe”, y todo "aquello que no proviene de fe, es pecado" (Romanos 14:23).

Los cinco actos de adoración practicados por la iglesia del primer siglo eran: cantar himnos, salmos y cánticos espirituales, orar, conmemorar el sacrifico de Cristo en la cruz por medio de tomar la santa Cena, predicar la Palabra y ofrendar, cada uno “según haya prosperado” (1 Corintios 16:1-2.

VI. Cantos de alabanza a capela

Una de las cosas que más impresionan a personas que visitan nuestras congregaciones es la ausencia de instrumentos musicales en nuestra adoración. Efectivamente, el canto a capela es la única música que se usa.

La razón, expuesta de forma sencillísima, es la siguiente: deseamos adorar a Dios en conformidad con el Nuevo Testamento. Este “nuevo pacto” excluye de la adoración los instrumentos musicales. Por lo tanto, nosotros creemos que lo correcto y doctrinalmente seguro es excluirlos también. De tocarlos, estaríamos haciendo, conforme a nuestro entendimiento y convicción, algo que el Nuevo Testamento no autoriza.

En el Nuevo Testamento se encuentran tan solo ocho textos donde se habla de la música en la adoración. Estos son:

-Mateo 26:30. "Y cuando hubieron cantado el himno salieron al monte de los Olivos."

-Hechos16:25. "Pero a media noche orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios."

-Romanos 15:9. "Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre."

-1 Corintios14:15. "Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento."

-Efesios 5:18-19. "… antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones."

-Colosenses 3:16. "La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales."

-Hebreos 2:12. "Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré."

-Santiago 5:13. "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas."

En cada uno de estos textos los instrumentos musicales brillan por su ausencia.

Históricamente, instrumentos de música no se introdujeron en la adoración sino hasta el siglo VI de nuestra Era, y su práctica no se generalizó hasta el siglo XVIII. A través de los tiempos, líderes religiosos de nombre, tales como Clemente de Alejandría, Gregorio, Basilio, Juan Crisóstemo, Ambrosio, Tomás Aquino, Juan Calvino, Juan Wesley y Carlos Spurgeon, se opusieron fuertemente a la música instrumental en la adoración debido a su ausencia en el Nuevo Testamento.

VII. La Cena del Señor se observa semanalmente.

La “cena del Señor”, la cual celebramos cada primer día de la semana (cada domingo), fue instituida por Jesús la noche antes de su crucifixión (Mateo 26:26-28). Los primeros cristianos la observaban en memoria de la muerte de su Señor (Hechos 2:42; 1 Corintios 11:24-25). Pan sin levadura y el fruto de la vid son los elementos de la cena del Señor. Estos representan, respectivamente, el cuerpo de Cristo y su sangre vertida en la cruz (1 Corintios 10:16-22)

Las iglesias de Cristo participan de la cena del Señor cada primer día de la semana. La razón fundamental tras esta práctica descansa en nuestra decisión de seguir fielmente las enseñanzas y ejemplos del Nuevo Testamento. En este “nuevo pacto” encontramos, en lo concerniente a la cena del Señor, el ejemplo de la iglesia en Troas. El historiador Lucas destaca el propósito principal de aquella congregación al reunirse, escribiendo: "El primer día de la semana reunidos los discípulos para partir el pan…" (Hechos 20:7). “…partir el pan”, en este contexto espiritual de reuniones de los cristianos, es sinónimo de participar de “la cena del Señor”. ¿Cuándo lo hacían? “El primer día de la semana…”

Algunos han objetado que el texto de Hechos 20:7 no especifica el primer día de cada semana. O sea, no dice que la iglesia en Troas celebrara la cena del Señor todos los domingos. Al respecto, observamos que el mandamiento, en el “antiguo pacto”, de guardar el sábado no especificaba, textualmente, que fuera necesario guardar todos y cada uno de los sábados. Decía, simplemente: "Acuérdate del día de reposo para santificarlo" (Éxodo 20:8). Sin embargo, los judíos entendieron que el mandamiento hacía referencia a cada sábado. A todos y cada uno de los sábados. Al sábado de todas y cada una de las semanas del año. Asimismo, también nosotros inferimos que "el primer día de la semana" significa el primer día de cada semana.

Por otra parte, los historiadores reconocidos y respetados, tales como Neánder y Eusebio, nos informan que los cristianos de los primeros siglos de la Era Cristiana participaban de la Cena del Señor cada domingo.

VIII. Requisitos de afiliación

¿Cómo puede uno hacerse miembro de la iglesia de Cristo? ¿Cuáles son los requisitos?
Pues, en verdad, los predicadores y maestros de las iglesias de Cristo no exponen el asunto de “afiliación” en términos de alguna “fórmula” a la que el individuo deba someterse como requisito para ser aceptado en la iglesia. Más bien, apelan al Nuevo Testamento donde se trazan los pasos que siguieron aquellas personas que, al principio de la iglesia, se convirtieron al cristianismo. Según el Nuevo Testamento, cuando una persona se hacía cristiana, venía a ser, automáticamente, parte de la iglesia. Hoy por hoy, sucede lo mismo en las iglesias de Cristo sujetas al “nuevo pacto” de Cristo. Es decir, toda alma que obedece al evangelio puro es recibida por Jesucristo en su iglesia. “El Señor añadía cada día a la iglesia a los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). No existe en el Nuevo Testamento algún conjunto de normas especiales o ceremonias a las que el nuevo cristiano tuviera que someterse para ser parte de la iglesia de Cristo. Reiterando: la obediencia “a la verdad” no solo resulta, por la sangre de Cristo, en la purificación del alma  (1 Pedro 1:22), sino también en la adición del salvo a la iglesia, sin que tenga que esperar tiempo determinado, ser aprobado mediante votación de hombres o comprometerse al cumplimiento de exigencias humanas, por ejemplo, la de diezmar.

En el día en que la iglesia tuvo su inicio, aquellos casi tres mil que se arrepintieron y se bautizaron fueron salvos de inmediato (Hechos 2:38-47). Y desde aquel día en adelante todo aquel que alcanzara la salvación fue añadido a la iglesia (Hechos 2:47). De acuerdo a este último pasaje, “el Señor” era quien añadía a los cristianos a la iglesia. De manera que, hoy día, nosotros, en nuestro empeño de seguir el modelo así establecido, no votamos  para admitir a un “candidato” a la iglesia, o rechazarle, ni le obligamos al cumplimiento de algún programa de estudios como condición para feligresía. Bíblicamente, lo único que podemos incumbirle es completa sumisión a su Señor y Salvador.

Las condiciones para el perdón de pecados enseñadas en el Nuevo Testamento son como sigue:

1. Que la persona que busca salvación oiga el evangelio, pues "…la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Romanos 10:17).

2. Que crea en Dios y en Jesucristo como su Hijo, "…porque sin fe es imposible agradar a Dios" (Hebreos 11:6).

3. Que se arrepienta de sus pecados, porque Dios "manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan" (Hechos 17:30).

4. Que confiese a Jesús como Señor de su vida, pues el propio Cristo dijo: "A cualquiera, pues, que me confesare delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 10:32).

5. Y que sea bautizada para la remisión de sus pecados, porque el apóstol Pedro, lleno del Espíritu Santo, nos dice: "Arrepentíos y bautícese  cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para el perdón de los pecados…" (Hechos2:38).

IX. Especial énfasis sobre el bautismo

Por cierto, en las iglesias de Cristo se hace especial énfasis en la necesidad del bautismo para salvación. Sin embargo, tal énfasis no implica que el bautismo se tenga entre nosotros como una ordenanza impuesta por la iglesia, por su propia cuenta. Más bien, obedece al hecho de ser el bautismo mandamiento específico y claro de Jesucristo, Dios y el Espíritu Santo. En textos del Nuevo Testamento tales como Marcos16:16; Hechos 2:38; Hechos 22:16 y 1 Pedro 3:21, se nos enseña que el bautismo es un acto esencial “para perdón de los pecados”. El fuerte énfasis que damos al bautismo también responde al hecho de que la inmensa mayoría de predicadores e iglesias de actualidad niega que el bautismo sea “para perdón de los pecados”, relegándolo a mero “símbolo de salvación”, concepto absolutamente sin fundamento en el “nuevo pacto” de Cristo.

Nosotros no practicamos el bautismo de infantes porque el Nuevo Testamento nos instruye que el bautismo es solamente para el pecador capaz de creer personalmente, arrepentirse de verdad, y entregarse con entendimiento, por fe, a Cristo, comprendiendo cabalmente que él es Señor y Salvador. Ningún ejemplo se halla en el Nuevo Testamento de niño alguno bautizado por aspersión.

Inmersión en agua es el único modo de bautismo practicado en las iglesias de Cristo. La palabra griega de la cual se deriva el vocablo “bautismo” quiere decir: “sumergir, zambullirse". Además, las Escrituras siempre presentan al bautismo como una sepultura en agua (Hechos 8:35-39; Romanos 6:3-4;  Colosenses 2:12).

El Nuevo Testamento establece la siguiente diversidad de propósitos para el bautismo, los cuales realzan su importancia:

1. Se hace para entrar al reino de Dios (Juan 3:5).

2. Se hace para entrar en contacto con la sangre de Cristo (Romanos 6:3-4).

3. Se hace para que el creyente arrepentido sea revestido de Cristo (Gálatas 3:27).

4. Se hace para salvación (Marcos 16:16; 1 Pedro 3:21).

5. Se hace “para perdón de los pecados” (Hechos 2:38).

6. Se hace para que sean lavados los pecados de la persona que confiesa creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (Hechos 22:16).

7. Se hace para que la persona obediente al evangelio puro pueda pertenecer a  la iglesia (1 Corintios 12:13; Efesios 1:23).

Dado que Cristo murió por los pecados de toda la humanidad y su invitación a participar en la gracia salvadora es universal (Hechos 10:34,35; Apocalipsis 22:17), nosotros no creemos en la predestinación particular, o individual, ya para salvación ya para condenación. Valiéndose de su facultad de libre voluntad (libre albedrío), algunos aceptan por fe a Cristo, obedeciéndole para salvación. En cambio, otros, ejerciendo el mismo derecho, le rechazan, condenándose a sí mismos (Marcos 16:16). Estos no se pierden eternamente por haber sido escogidos desde la eternidad para condenación sino porque eligen ellos mismos tal destino.

Amado lector, le rogamos tomar la sabia decisión de aceptar la salvación que Cristo le ofrece. Qué se entregue usted en obediencia a él, haciéndose fiel miembro de la iglesia del Señor.

 

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